El sol que sale,
La luz que se difunde.
La atmósfera.
No, las nubes no son mudas como tampoco es el crepúsculo vago. No es el quien cambia constantemente las verdades. Como tampoco es el equilibrio el que está comprometiendo el aliento del planeta. Mas bien somos nosotros quienes confundimos la serenidad con la indiferencia. La transitoriedad con una perdida. Una ilusión bella con la verdad y su pureza. O la luz del sol con un errante brillo que quema los ojos.
¿En serio? ¿Verdaderamente pretendemos que volviendo al autoritarismo encontraremos una respuesta satisfactoria a nuestras inseguridades? ¿Retrocediendo a un mundo aparentemente ordenado y perfecto? Hay quienes piensan que el infierno es lo peor que existe, a aquellos les dijo que lo peor es vivir toda una vida en el autoengaño pensando que estamos haciendo el bien mientras nos hacemos a nosotros mismo daño y con ello también a otros. No, las nubes no son mudas. Como tampoco lo son los árboles, los peces o los mares. No son mudos porque todos ellos representan el valor de la espontaneidad, la belleza de lo transitorio y la fragilidad de lo vulnerable. Todo aquello que refleja con todo su ser lo que nosotros desesperadamente intentamos de reprimir con los rumores que ponemos en el aire, con las mentiras que creamos, con los clichés que mantenemos y fomentamos. Por estar pasando por un laberinto de confusiones no hay razón para quedarse parados a medio camino instalándonos en la obediencia que solo persigue intereses. Porque aun no encontramos soluciones a nuestros problemas no significa que tengamos que volver sin más de la cooperación a la competencia, de la hermandad, la igualdad y la libertad, al engaño, la intimidación y el ojo por ojo. Y seamos más claros aun: no es que no lo solo no lo debamos sino que si somos más consecuente aun veremos que ni podemos permitírnoslo pues en realidad estamos en peligro de comprometer para siempre el equilibrio del planeta en el que vivimos.
El encuentro real ha de acontecer. Me refiero al encuentro con nosotros mismos. Hemos de encontrarnos con nosotros mismos, comprendernos a nosotros mismos, ver con claridad nuestras propias represiones para que sanen saliendo a la superficie. Hemos de clarificar en nosotros mismos el valor de las apariencias, no negándolas sino que indagando en la relación que existe entre lo superficial y lo profundo. Hemos de penetrar con todo nuestro ser en la verdad del tiempo comprendiendo que aquí y ahora no es solo un concepto sino que incluye también la respiración y todo nuestro cuerpo. Hemos de comprender que el control es solo una herramienta que solo sirve ante determinadas situaciones pues en un contexto más amplio en realidad no hay nada a lo que podamos aferrarnos. Hemos de convertirnos nosotros mismos en lo que es transparente, claro y puro pues si queremos ver cambios en lo exterior debemos comenzar por transformar nuestra mente. A partir de ahí los actos se derivan naturalmente.
Dicen que el ultimo sol de la tarde tiene especial ternura con las hojas secas. Errante pureza. Es aquí donde muere el equilibrio. Es aquí donde la esplendida hermosura de la inseguridad se acaba. No, las nubes no son mudas como tampoco es el crepúsculo vago. No es el quien cambia constantemente las verdades. Como tampoco es el equilibrio el que está comprometiendo el aliento del planeta. En realidad no hay nada más penoso que quedarse a mitad de camino y pretender que se ha realizado la vía. Hemos de comprender verdaderamente que el único motivo por el cual los budas aparecen en el mundo es para aclarar el gran asunto. Para que revelemos nuestra autentica naturaleza.