¿Quien podría decir que es lo perfecto y que lo imperfecto?
El venerable Bashumitta, el séptimo patriarca, coloco un vaso de vino ante el venerable Mishaka, luego se postro ante el y volvió nuevamente a levantarse.
-¿Este vaso es tuyo o mío? – le preguntó entonces el venerable Mishaka.
Bashumitta se quedó entonces un momento pensativo.
– Si crees que es mío se trata de tu naturaleza esencial, pero si crees que es tuyo recibirás mi Dharma. – prosiguió Mishaka.
Al escuchar estas palabras, Bashumitta despertó inmediatamente a la naturaleza esencial no nacida.
Circumstancias
El maestro había nacido en el norte de India y pertenecía a la familia Bharadvaja. Nadie conocía su nombre y todo el mundo creía que estaba loco porque, aunque siempre vestía pulcramente, se dedicaba a vagabundear de un lado a otro del pueblo gimiendo y gritando con un vaso lleno de vino en la mano. Por aquella época, el venerable Mishaka estaba realizando una gira de enseñanzas por el norte de la india y, cuando recaló en una ciudad sobre cuyas murallas flotaba una nube dorada, se dirigió a sus seguidores y dijo:
– Esta es una prueba del poder del gran hombre a quien transmitiré mi Dharma.
– ¿Sabes lo que sostengo en mi mano? – le preguntó Bashumitta apenas Michaka hubo terminado de hablar.
– No es un vaso puro sino impuro – replicó Mishaka.
Bashumitta colocó el vaso de vino frente al venerable Mishaka y entonces experimento el despertar a la naturaleza esencial no nacida. Luego el vaso se esfumo en la nada.
– Esfuérzate en decirme tu nombre y te explicaré la causas de las vidas pasadas que te han conducido hasta mi – prosiguió el venerable Michaka.
Bashumitta replicó entonces con el siguiente poema:
A lo largo de incontables eones
Hasta el momento de mi nacimiento en esta tierra
El nombre de mi familia ha sido el de Bharadvaja
Y el mío propio Bashumitta.
Entonces Mishaka dijo:
– Mi maestro, el venerable Daitaka, contaba que, en cierta ocasión, mientras el Venerado por todo el mundo se hallaba viajando por el norte de India, dijo a Ananda: “Trescientos años después de mi muerte habitara en esta tierra un hombre santo apellidado Bharadvaja y cuyo nombre será el de Bashumitta que acabará convirtiéndose en el séptimo patriarca del linaje del Zen”. Esta es la predicción que hizo el Venerado sobre ti. Debes aprestarte, por tanto, a renunciar al hogar.
– Sé que en una vida anterior – respondió Bashumitta- obsequié al Tathagata con un sitial de diamante. En aquella ocasión el Buda me dijo: Durante el Eon Afortunado llegaras a convertirte en patriarca del linaje del Buda Shakyamuni.
Así fue como Bashumitta se convirtió en el séptimo patriarca.
Teisho de Keizan Zenji
Antes de encontrarse con el venerable Mishaka, Bashumitta llevaba consigo día y noche un vaso de vino sin abandonarlo un solo instante. Bien podríamos decir que, en realidad el vaso era un símbolo que representaba al mismo Bashumitta. Es por esto por lo que, al comienzo de nuestra historia, Bashumitta le preguntó al venenerable Mishaka si sabia lo que sostenía en la mano. Aunque lleguéis a daros cuenta de que la mente es la Vía y entendáis que el cuerpo es el Buda, vuestro recipiente todavía sigue siendo un vaso impuro; por mas que sepáis que existió en el pasado y que sigue existiendo en el presente y que comprendáis que es algo originalmente completo, seguirá siendo, no obstante, un recipiente impuro. ¿De que pasado y de que presente estamos hablando? ¿Cuál fue su origen y cual será su final? Es inevitable que ese tipo de imágenes enturbie su pureza. Cuando Bashumitta se percató de la superioridad de este principio, puso boca abajo el vaso ante Mishaka para simbolizar su conversión.
Mishaka, por su parte, se limitó a preguntar si el vaso era de Bashumitta o suyo. Su pregunta no tenia que ver con el pasado ni con el presente y, por consiguiente, tampoco tenia nada que ver con el ir o con el venir. Solo entonces puede uno formularse la pregunta de si el vaso es “propio” o “ajeno”. Cuando Bashumitta se detuvo a pensar en el asunto, Mishaka prosiguió diciendo: “si el recipiente me pertenece, entonces se trata de tu propia naturaleza esencial”, en cuyo caso, el recipiente no era de Mishaka. Luego añadió que si creía que el recipiente era de Bashumitta, le transmitiría su Dharma. Pero, en tal caso, el vaso tampoco pertenecía a Bashumitta. Así pues, como el recipiente no era ni de uno ni de otro, tampoco puede decirse que era un recipiente y, por tanto, se esfumó en la nada. Ciertamente esta historia carece de sentido para las personas de hoy en día. Por mas que practiquéis sin descanso y arribéis a un lugar al que no puedan acceder ni los budas ni los patriarcas, seguiréis siendo recipientes impuros que necesariamente enturbian la pureza. La persona realmente pura no trata de instalarse en la pureza y en ese mismo sentido, tampoco puede decirse que exista recipiente alguno. Los senderos del maestro y del discípulo se entrecruzan cuando no existe obstáculo alguno en el camino. Vosotros recibís mi Dharma porque esa es vuestra naturaleza esencial. En realidad, nadie puede daros nada ni tampoco podéis recibir nada de otra persona. Solo cuando lleguéis al fondo del asunto podréis hablar en términos de maestro y de discípulo. Entonces el discípulo se eleva por encima de la cabeza del maestro y este se ubica a los pies del discípulo. En ese momento no existe separación alguna y mal puede decirse que haya dos cosas diferentes ya que, cuando el recipiente ha desaparecido, resulta muy difícil seguir hablando de el.
Cuando alcancéis este dominio desaparecerán vuestro cuerpo y vuestra mente. Si ya resulta difícil hablar de existencias pasadas o presentes ¿cómo podríamos hablar de nacimiento o de muerte, de idas y de venidas? ¿Cómo podéis ser consciente de la piel, la carne, los huesos y la medula? Este es un dominio en el que el cielo se funde en una sola masa en la que no caben anverso ni reverso y en la que tampoco puede hablarse de interior o de exterior.
Poema
Hoy quisiera ilustrar esta historia agregando un humilde poema ¿Queréis escucharlo?
Al igual que, en esta gélida mañana,
El eco responde al tañido de la campana,
Jamás ha sido necesario una copa vacía.