No solo flores.
Las vicuñas prefieren,
Almendras tambien.
Nosotros y todo a nuestro alrededor cambia sin cesar. La luna que releva todas las noches el sol. Las estaciones del año que se alternan el ir y venir. El viento que cambia constantemente de dirección. Nuestro rostro que no deja de madurar. Cambia también la cultura y con ella cambia también la mentalidad, el idioma y nuestra opinión. Y aun así hay también cosas que aparentemente cambian jamás. Que perduran en el tiempo y que se resisten a cambiar. Cosas como hecho de que todo cambia constantemente. O cosas como nuestro habito de confundir la actividad mental con la realidad.
Un habito que frecuentemente opera en un lugar oculto a la conciencia. Hasta que algo surge. Hasta que algo ocurre. Una situación, una palabra un recuerdo, algo que altera la emoción y que nos obliga a quitarnos la mascara de turno que solemos llevar. La mascara de practicante de Zen, la mascara de trabajador, de estudiante, de hijo o de hija, la mascara de madre o la mascara de padre. La mascara de nuestro ideal. Mascaras con las que habitualmente camuflamos todos los condicionamientos de nuestra personalidad y que cuando caen exponen todos nuestros hábitos mentales con toda libertad. Toman la forma del apego o la del rechazo. Las dos caras del dualismo que caracterizan el pensar. Estos dos extremos que hacen que nos apeguemos a nuestros ideales o que rechacemos todo aquello que no concuerde con nuestra opinión. Y eso que seria todo tan sencillo si simplemente admitiésemos que no es „o esto o lo otro“ sino que „tanto esto como lo otro también“.
Y que “o esto o lo otro” es la manera de pensar que caracteriza nuestra mentalidad, es algo que tal vez podamos observar aquí y ahora, en este mismo instante. Pues para muchos ya el hecho de que se escriba sobre el Budismo Zen es en si ya un ataque contra sus creencias o su integridad. Una ofensa. El resultado de una superstición, de un desvío o como mucho de una pasión. Razón por la cual, querid@s lector@s una vez más les recordamos que el budismo siempre tiene las puertas abiertas. Abiertas tanto para entrar como también para salir. Y es que esto es lo que significa verdaderamente „tanto esto como lo otro“: aceptación total. Definitivamente no hay un mejor o peor.
Se dice que Franz Kafka estimaba la medicina alternativa, pero porque el escritor se decantase por la medicina naturalista debido al enfoque integral del ser humano que esta le da ¿será entonces correcto deducir que repudiaba la medicina académica?. ¿Será correcto asumir que la homeopatía es una especie de brujería carente de cualquier credibilidad? Conclusiones que así nuevamente nos recuerdan que siempre interpretamos la realidad desde nuestra visión particular. Desde nuestro apego personal. Desde nuestro miedo individual. Desde nuestro ideal. Conclusiones que así reflejan el proceso de construcción de la realidad y de esta manera nos ofrecen valiosas pistas sobre algunos males que padece la sociedad de hoy pero que se encuentran ocultos a nuestra comprensión en una zona entre la luz y la oscuridad. Nos referimos a un fenómeno social que desde hace siglos viene enturbiando toda convivencia pacifica en la sociedad global. El fenómeno de la alineación. Un mal social que está ahí siempre presente como una de esas cosas que se resisten a cambiar. Por más extraño que resulte en una sociedad moderna y democrática, persistiendo a pesar de todos los reveses que nos ha tocado experimentar a causa de la intolerancia y el totalitarismo. Un mal que constantemente está al acecho esperando a que la próxima victima termine por caer en su tela mortal.
Profundizando sobre el tema de la alineación se puede observar que las tendencias alineatoras no existen solo en un contexto religioso. Existen, así como la alineación religiosa en la cual el sujeto se alinea para escapar de una situación de miseria social o espiritual, también la alineación política y la alineación social. La alineación política que implica la sumisión del individuo hasta que siga la línea que impone un partido o una organización. La alineación social significando la instrumentalización de los organismos sociales de la misma manera como la intercepción de todas las relaciones sociales alrededor del individuo al cual se le espera alinear. Desde la familia más inmediata, hasta el colegio, el trabajo, las amistades, la telecomunicación y todo lo demás. Sin entrar en una discusión sobre los métodos de cualquier práctica espiritual o sobre la necesidad de conocer también la otra cara de la felicidad, lo que queremos señalar llegando hasta aquí es nuevamente la necesidad imperativa de que toda practica religiosa debe respetar también la ley. Y con respetar la ley no nos referimos a una interpretación infantil. No nos referimos a caer de una dependencia en la otra. No se trata de comprender que está permitido cruzar la calzada solo cuando el semáforo está en verde como lo suele recordar la moral. Tampoco de tener la supuesta valentía de cruzar sin más si las circunstancias lo permiten como muchas veces lo exige la psicología. De lo que se trata en nuestra práctica de verdad es aprender a vivir íntegramente en la realidad más allá de la división.
Ósea que existen diferentes maneras de interpretar la realidad y es justamente la variedad de interpretaciones lo que hace posible la diversidad. Una pluralidad de creencias y culturas que nutren la creatividad, la innovación y que hace posible incluso la revitalización de la tradición. Una diversidad que por lo tanto requiere ser cuidada y protegida como las flores de un jardín. De lo contrario queda recordar las consecuencias desastrosas que ha podido tener la alineación en caso en las cuales no ha habido separación entre la actividad religiosa y la vida política y social de una sociedad. Es en casos como estos en los cuales se hace posible la alineación total y en los cuales el idealismo se convierte en una cabra. Y la cabra en la jardinera del jardín.
Al ver que hay hábitos que aparentemente no cambian jamás, algunas veces nos preguntamos ¿así como vamos, habrá esperanza para la humanidad?. Si la hay. Las puertas están siempre abiertas, tanto como para salir como para entrar. ¿Tal vez sea todo tan fácil como eso: comprender que nosotros mismos somos impermanentes también. Si admitiésemos íntegramente nuestra propia impermanencia de verdad, no quedaría espacio, no restaría tiempo para decir „O esto o lo otro“. Seria tan fácil decir: „Tanto esto como lo otro también“.