Sentarse es la práctica del Buda. Sentarse es no hacer. Es la verdadera forma del ser – Eihei Dogen
“El habito hace al monje” es el nombre de una de las novelas mas famosas del realismo del siglo XIX. Una novela que trata sobre un sastre que pese a que es muy pobre acostumbra vestirse muy bien. Una vez este sastre se hace un abrigo de terciopelo que parece caro y de muy buena calidad y que provoca que todo el mundo piense que sea un duque adinerado. Después de que más bien por timidez no halla aclarado el malentendido, intenta huir pero la situación se complica porque la hija de un prestigioso ciudadano se enamora de el. Cuando la pareja desea pronunciar el noviazgo un competidor por la mano de la novia descubre la identidad del sastre. Este huye nuevamente, pero la novia le encuentra y tras comprobar que su amor es verdadero, decide casarse con el. Con su nueva fortuna el sastre decide fundar una sastrería con la cual con el tiempo logra recaudar una fortuna y alcanza mucho éxito lo que confirma la fuerza del mundo de las apariencias donde el traje que se lleva es lo que hace a la persona.
Hoy en día, en cuanto al estatus que representa un individuo en la sociedad, la vestimenta sigue jugando un papel muy importante. Pero a estos atributos que permiten hacer deducciones sobre el origen o el rango social de una persona se le han sumado nuevos y más bien de carácter inmaterial. Algunos de estos son los hábitos de comer, el lenguaje, el comportamiento o la actitud frente al consumo.
En nuestra práctica el enfoque en cuanto a la vestimenta tal vez sea otro, dado que más importante que la apariencia de una persona o la función que cumple en un grupo o en la sociedad, es la actitud. Ósea que nada se opone a que alguien sea ejecutivo, lleve corbata, vaya al gimnasio ni que obtenga beneficios. Lo que cuenta es la transformación interior. Así los hábitos en nuestra práctica son a la vez un reflejo de esta transformación interior y por otro nos permiten la práctica de la atención. La atención en el aquí y ahora sin compromiso alguno, y que nos demuestra que la verdad no responde a ningún orden que no este relacionado a este instante. La verdad absoluta donde todo se encuentra en un movimiento de contracción o extensión. El movimiento que rige en todo el universo, que existe solo aquí en este instante y donde todas la existencias son diferentes facetas de una y la misma realidad. Un movimiento por lo tanto que desconoce las separaciones como adentro y afuera, maestro y discípulo, ejecutivo o trabajador. Un movimiento que se refleja en sea quien sea en todo instante y en todo nuestro ser; de la célula más pequeña hasta nuestra respiración.
Es este el movimiento que nos enseña el camino de regreso de la filosofía a lo concreto y que hace del Budismo más que un pensamiento. Cuando comienza nuestra meditación, los primero que procuramos hacer es volver con nuestra atención hacia nuestro cuerpo y nuestra respiración. Luego observamos como al inspirar, el aire pasa al mundo interior y como al expirar, el aire pasa al mundo exterior. Imagen que va cambiando cuando logramos concentrarnos realmente en nuestra respiración, cuando dejamos de tocar con el pensamiento objeto alguno y libre de pensamientos vivimos el hecho que el mundo interior y el mundo exterior son espejismos de una y la misma realidad. Vivencia que nos revela que nuestra práctica consiste en un volver. Un volver a la respiración, un volver al cuerpo, un volver a nuestra naturaleza original – una naturaleza que está más allá de la actividad karmica y por lo tanto más allá de cualquier estatus social.
El maestro Kosho Uchiyama dice en el libro que se ha publicado recientemente en español “abrir la mano del pensamiento”(1) al respecto del papel que juega la vestimenta en nuestra vida lo siguiente:
“..entre el nacimiento y la muerte, la gente usa todo tipo de vestido. Hay gente que viste los espléndidos y hermosos trajes de una reina, mientras que otros durante toda su vida visten harapos pobres y raídos. Algunas personas visten uniformes militares y otros ropa de prisioneros; otros, hábitos monásticos.
Claro que nuestros vestidos no están fabricados tan solo de tela. También hay trajes de clase, posición social, fama y riqueza. Todos los vestidos de nuestros asumidos roles y nuestras queridas identidades. Llega luego un tiempo en que nos encontramos despojados, desnudos de todas estas cosas. Hay también trajes llamados “hombre apuesto” o “mujer inteligente”. Sin embargo, no importa lo bella que pueda ser una persona, al final vendrá el tiempo en el que el o ella deberá cambiar su traje y ponerse el de “anciano”. De igual forma, el traje de “genio” posiblemente con el tiempo se cambiará por el de “senil”. Hay también trajes de “complejo de superioridad”, “complejo de inferioridad”, “felicidad” e “infelicidad”, así como todos los de creencia, raza y nación. Cambiamos de un sistema de pensamiento a otro, pero en el momento de la muerte debemos despojarnos incluso de los ropajes de distinción racial y morir completamente desnudos.
Aun cuando solo se trate de ataduras exteriores que usamos en el intervalo entre nacer desnudos y morir desnudos, casi todos los seres humanos están atrapados por ellas. Ellos asumen que el problema de la vida, de todas esta posibilidades, es ¿cuál de estos bellos vestidos usar? Me pregunto si la mayoría de la gente en algún momento se hace la pregunta ¿qué es el “ser” desnudo?, nuestro verdadero ser”. Solo nos preocupa que trajes vestimos durante la vida –este es el ser que está determinado desde fuera y que yace en oposición a otros. Parece que damos por sentado que esto es de lo único que trata la vida: que “el traje hace al ser humano!”
(1) De: Kosho Uchiyama: Abrir la mano del pensamiento – Fundamentos de la práctica del budismo Zen. Editorial Kairós, Barcelona 2009.