Los tres arboles,
Hasta en el invierno,
Ofrecen sombra.
Desde el confinamiento el murmullo de una corriente infinita se escucha. Es el sonido de un rio sin principio y sin fin y que lo único de fijo que tiene, es que nunca volverá a ser el que fue hace un momento. Es como el susurro de gotas de agua que caen constantemente del cielo y que al caer se desintegran sin orden alguno: el racionalismo, el subjetivismo, la pandemia, la verdad, la nueva realidad, la seguridad, la injusticia, la televisión, el egoísmo… Un ruido monótono y a la vez asfixiante, como un agobiante agitador del anhelo, como un ladrón de sueños, como un borrador de utopías. Intento concentrarme. Miro hacia el pasado para ver si encuentro soluciones, pero veo en la historia solo el reflejo de mis propios ideales. Miro hacia el futuro y nuevamente veo proyectarse mis propios temores. Así que dirijo mi atención hacia el presente donde espero encontrarme más cerca de mi mismo, pero veo que mis intenciones son incompatibles con la realidad en la que vivimos. Una realidad en la que lo mas importante es saber influenciar a otros y en la que ya el intento de ser honestos se cualifica como naif, infantil o hasta casi al borde de la ignorancia. Un estado en el que incluso se justifica combatir a todo aquello que no resulta racional porque supuestamente impide actuar coherentemente ante la realidad en la que convivimos.
Ante este ruido que actúa dentro del ámbito del temor o el mudo silencio y que en su persistente y sutil constancia muchas veces llega a ser casi impalpable frecuentemente me he preguntado en que lugar, en que momento acontece que perdemos nuestra conexión con nuestra voz interna. ¿Cuándo comenzamos a alejarnos de nosotros mismos, de lo autentico, de lo integro, de aquello que es verdad de veras? Y debo reconocer que no se decirlo claramente, pero entiendo que debe ser en alguna palabra o en la interpretación de su significado. Lo único que se decir con certeza es que yo mismo cuando veo mi vida subjetiva separada del mundo material y objetivo es cuando más dividido me siento. Así que intento volver a mi mismo. Nuevamente, pero esta vez a partir de lo más directo y concreto, a partir mi respiración, de mi carne, de mis huesos. Aquello que sorprendente nos hace observar que justamente ahí, cuando más perdidos nos creemos, en realidad es cuando más cerca estamos de nosotros mismos. De ese maravilloso momento en el cual la superficie es un reflejo de lo interno y profundo.
No, perderse o extraviarse como cualquier otra adversidad no tiene porque ser un desdicho, también puede ser la vía más directa hacia nosotros mismos. Intentémoslo. En la sociedad, sea ante los efectos del cambio climático o ante la situación de pandemia en la que vivimos lo más concreto y directo que tenemos son los datos que nos da la ciencia. Una disciplina del saber que algunas veces a entrado en descredito por el abusivo y meramente material aspecto que ha tomado el desarrollo pero que aun así ha abierto el camino hacia mas calidad de vida y prosperidad para el ser humano. Asumiendo que se puede lograr arreglar los desvíos del pasado a través de los enfoques multidisciplinarios que miran la realidad desde múltiples perspectivas simultáneamente me pregunto ¿no será esta, la vía de la ciencia, un camino adecuado en dirección hacia un mundo libre, sin hambre, con educación de libre acceso para todas y todos, de iguales derechos y de sabia convivencia con el resto de especies que habitan el planeta? Imaginémoslo. Solo un momento. ¿Qué impacto tendría un mundo pacifico y justo sobre todos nosotros? No lo se seguro y prefiero no especular, pero ya la pregunta invoca en mi esperanza. Una perspectiva que invita a ser optimistas. Que sugiere que la ciencia bien dirigida puede ser como el cuerpo en nuestra practica aquella estructura que nos guía a través del ruido de una mente confusa.
Durante un confinamiento, cuando el murmullo de la corriente metal se tranquiliza, hasta el breve canto de un pájaro puede dejar un insondable silencio. Una especie de misterio que lleva desde la grande y generosa sombra que dan los arboles en pleno verano hasta una refrescante brisa que hace que hasta las mas diminutas hojas se muevan. Desde ahí, desde ese silencio que está más allá de lo que puede ser pronunciado me pregunto ¿que sucedería si la ciencia algún día comprobase que alguna enseñanza budista fuese errónea o no tuviese fundamento? Creo poder afirmar con certeza que no habría más que dejarla ir, como todo en su debido momento. Pues eso es lo que significa dejarse llevar por el cuerpo siendo consciente que el cuerpo de uno es el cuerpo del mundo entero y que el cuerpo del mundo entero es el cuerpo de uno mismo.