Constantemente,
Las olas fugitivas,
Retornan al mar.
Hay cosas que ni el silencio puede tocar. Cosas que ya en el mismo instante en el viento las intenta palpar ya han cambiado de forma o simplemente ya no están. El viento que dejaría de ser el viento que danza entre las montañas, el que crea remolinos sobre el mar o el que trae el canto de los pájaros que anuncian el amanecer, si no admitiese que hay cosas que son así. Que hay cosas que ni el mismo silencio puede tocar. Algo que confirma el implacable espejo de la verdad cada vez que nos encontramos frente a el. Aquel espejo que hace resaltar hasta la más pequeña contradicción en nuestro interior.
Contradicciones como aquella que nos intenta hacer creer que en el budismo existe entidad alguna que tenga la facultad de liberarnos de cualquier culpabilidad al otorgarnos su piedad. Como aquella discordancia que nos dice que puede haber algo que percibimos como exterior y que al mismo tiempo no se encuentre también en nuestro interior. Como la incoherencia que intenta darnos a entender que no hay movimiento en la inmovilidad. Como aquella paradoja que una y otra vez nos intenta convencer que hay algo que la violencia pueda solventar. O como aquella contradicción que pretende sugerirnos que hay algo que se pueda ver con claridad si no abandonamos el intento de liberarnos de la ilusión. Contradicciones que sobretodo nos dan a entender que es imprescindible abrir los ojos cuando nos encontramos frente al espejo de la verdad. Que si queremos ver algo de verdad, lo primero, después de haber introducido la atención al interior, es comprender que la actividad mental, nos guste o no, también es parte de la realidad. Un punto de mucha importancia no solo en al práctica del Zen pero que ningún maestro sino nuestro propio Zazen nos puede enseñar. Y un punto que nos otorga una pista sobre la verdadera envergadura que alcanzan los cuatro votos del Boddhisatva que cantamos con el Shiguseiganmon. Versos que dicen:
Por numerosos que sean los seres sensibles el voto de salvarlos a todos.
Por numerosas que sean las ilusiones, hago el voto de transcenderlas todas.
Por numerosos que sean los dharmas,
hago el voto de adquirirlos todos.
Por perfecta que sea la Vía del Buda,
hago el voto de realizarla.
Pues si aceptamos que la actividad mental también es parte de la realidad, si aceptamos que hay un silencio más allá del silencio que se opone al ruido y una realidad que no divide entre lo exterior y lo interior, arribamos a la conclusión que los innumerables seres sensibles que prometemos salvar, las incontables ilusiones que aseguramos querer trascender, los innumerables dharmas que juramos adquirir, así como la Vía del Buda que decimos querer realizar no son otra cosa que diferentes facetas del Yo.
Desde esta comprensión ¿como podría dejarnos indiferente el sufrimiento que llega a nosotros a través de la actividad mental?, ¿como podríamos desistir de tomar posición en cuanto al derecho a expresar libremente la opinión, el derecho a una educación de calidad, o el derecho a vivir una vida libre de violencia y de opresión? ¿Cómo podríamos desistir a expresar, que incluso el radicalismo religioso tiene por lo menos dos caras también? Por una parte la cara fundamentalista que utiliza las diferencias étnicas o culturales para legitimar su identidad y por otra parte la cara de la pobreza o de la ignorancia y la desesperación. ¿Y acaso no son estas caras nuestras caras también? Pregunta que nos dan a entender que el peor silencio es aquel de quien ve la injusticia, que sabe que debería pronunciarse pero no lo hace por interés favoreciendo así el abuso aun mas. De esta manera llegamos hasta la verdadera causa del sufrimiento. Pues la verdadera causa de sufrimiento no es como solemos pensar la actividad mental, no son las noticias negativas que crean su propia realidad, si no que el no saber convivir con la dualidad.
Pues si aprendemos a convivir con la dualidad, si comprendemos que querer deshacerse de todas las ilusiones también es una ilusión, cuando nos encontramos ante el implacable espejo de la verdad son justamente nuestras ilusiones lo que aclaran toda contradicción. Ilusiones que nos demuestran que el fundamentalismo que vemos fuera en realidad nace en nuestro interior al juzgar o al condenar . Ilusiones que de esta manera nos exponen con claridad que en la inmovilidad del cuerpo y el espíritu existe el movimiento también. Ilusiones que a través de la corriente de causa y condición nos dicen tambien que de la violencia lo único que nace es más violencia y dolor. Que nos exponen que el arrepentimiento budista no significa esperar perdón si no que sobretodo despertar a la infinita corriente de causa y condición. Pues esperar perdón no significaría solo separar entre este instante y otro mejor si no que al mismo significaria sostener que existe una fuerza independiente que regula de que manera los fenómenos interaccionan entre si. Algo que consciente o inconcientemente más tendría que ver con la manipulación. Y de la misma manera son nuestras ilusiones lo que nos revela que si no percibimos nuestra naturaleza original como tal, eso no se debe a la ilusión sino que al hecho que nos dejamos arrastrar por la fantasía y la emoción.
Hay cosas que ni el silencio puede tocar. Cosas completamente independientes a nuestra comprensión. Cosas que están incluso mucho más allá del no pensar. Cosas que en todo momento están manifestando que la realización existe ya desde el principio sin comienzo y que así revelan que seguirán existiendo hasta el fin sin fin.