EL BOSQUE

Fresco y verde,

Visto de la ventana,

Está el bosque.

Nuevamente es septiembre. Es el mes que lleva en si el otoño y el invierno como también la primavera y el verano. Tanto el frio viento que sopla desde el sur sobre la cordillera como también los rayos cálidos que le devuelven al bosque la voz de sus hojas. Es septiembre. Un mes preñado por la historia. Es el mes de la división y de la sangre derramada como también el mes del reencuentro con las frágiles cicatrices del presente. Es septiembre. Es el mes en el que desde la montaña susurran las voces de los abatidos y en el cual los vencedores comprenden que el ganar es solo un suspiro y que después de un suspiro viene otro y otro y otro y otro suspiro.  

Un perro, un santo, un trozo de leña, una flor, una sabia, una prostituta. ¿Qué les distingue? ¿Qué les separa? Me dirás que no es lo mismo, que todas estas cosas entre si no son comparables, que el bien y el mal si existen y que de no existir no sería posible la convivencia, pero no es eso a lo que ahora me refiero. No es mi intención ahora de hablar de ética, de moral o de política. Solo propongo que por si quiera un instante, que solo por un momento, observemos a nuestro alrededor dirigiendo la atención hacia adentro. Para que veamos también el espacio que habita entre las formas. Aquello a lo que tantas veces por desatención quizás le llamamos lo invisible pero que también tiene vida y por cierto también su propia forma. Me refiero a la tierra de la que todos hemos surgido que es la misma tierra a la que todos volveremos, al aire del que todos dependemos cual es el aire que todos compartimos, al agua que hace posible la vida sobre el planeta y que todos llevamos en nuestros cuerpos o al fuego, la llama de la transformación cual todo quema y la que todos le tenemos respeto, para dar solo algunos ejemplos. Mirando de esta forma, observando en primer lugar aquello que nos une a los fenómenos ¿qué vemos primero? Pues eso: lo que tenemos en común. Y recién un instante después, aquello que nos separa.  

Si, lo sé. Lo sé tan bien como tu también lo sabes. Lo sabemos como en realidad todos lo saben. Hay aquellos que a sabiendas fingen la unidad en lo externo convencidos que en realidad, en el interior, la guerra y la conquista del mundo es el telón de fondo. Son los manipuladores de lenguas largas. Los oprimidos aspirantes a opresores. Pero lo verdaderamente importante es que tu y yo aprendamos a ser pacientes. Que seamos pacientes en el verdadero sentido de la palabra. Propongo entonces que seamos verdaderamente fuertes. Pacientes de verdad ya que en realidad es muy fácil equivocarse pues la conexión entre lo interno y lo externo en realidad es una condición fluctuante, hibrida, siempre transitante cual implica habituarse a la impermanencia. Un lugar desde el cual los cinco sentidos pueden ser tanto una fuente de ilusión como también un lugar de encuentro. Un lugar que no se deja limitar por el tiempo y donde lo toxico puede ser una medicina y la cura puede ser un veneno. Un espacio donde al transcender las fronteras de la palabra y su significado congelado acontece el verdadero dialogo porque se ha transcendido el territorio del amigo/enemigo.  

Es septiembre en el bosque. Es el mes en el cual las arboles brotan incluso en la noche. Es el mes de la memoria como también es el mes de la esperanza. Es el mes en el cual nos reconectamos con nuestras raíces cuales son también las raíces de los arboles, del bosque y de toda la montaña. Raíces que nos aclaman que existe una llave que jamás se ha perdido. Una llave invisible pero evidente entre las formas. Visible entre las ingrávidas palabras de la poesía, palpable entre las hojas que cantan cuando les agita el viento, entre los arboles unidos por el silencio, entre los edificios de las ciudades construidas por la esperanza, entre los niños con sus sueños multicolores, entre las mujeres y sus legítimos derechos, entre los hombres sean estos negros, blancos, rojos, ricos o pobres. Nuevamente es septiembre.

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