EL FLUIR

Fluye el agua,

Limpia y cristalina,

De la montaña.

Hubo un tiempo en el cual creíamos que todo estaba roto, en el que todo estaba manchado, en el que todo estaba perdido. Era el tiempo de un paisaje no existente. En el horizonte no veíamos nada nuevo y en el pasado solo sentíamos una oscuridad inacabable. Lo único que nos quedaba era nuestro propio aliento. Así fue como por primera vez nos dimos cuenta que más allá de nuestra conciencia también existía lo externo. Por primera vez vimos así como fluye el agua verdaderamente.  El agua que baja de la montaña y que al fluir nunca se estanca.  El agua limpia y cristalina que a su paso pule y lava la piedra. Así que comenzamos a desear ser como el agua. A querer ser tan rápidos como ella y a fluir con todo lo que la vida nos traía. De esta forma comenzamos a desplazarnos como el agua. Comenzamos a expandirnos para todos lados. Moviéndonos como esa corriente que cuando baja de la montaña se lleva consigo todo lo que puede hacia abajo. Y así fue también como nos reencontramos. Habíamos aprendido a fluir como el agua. A la vez habíamos perdido de vista que el agua siempre se adapta a las circunstancias pero eso a ahora a nadie le importaba.  Lo único que contaba entonces era la fluidez, la rapidez y el movimiento. 

Así fue como lo triste se convirtió en el ayer y lo alegre en el ahora.  Así fue como descubrimos que era más rápido y eficiente fluir hacia abajo y si en ese fluir hacia abajo arroyabamos algún obstáculo era porque este obstáculo no merecía mejor destino. Había nacido un nuevo ser humano. Se acaban los días oscuros, había llegado el fin del frio mojado. Todo era posible a través del pensamiento crítico. La mente y los sentidos se convertían en instrumentos y dentro de nosotros sonreía lo verdadero. Lo esperado. Nacían los valores, la dignidad, los intereses, nacía el arte. A la vez también surgían también la competición y la competencia. Y fue entonces que surgieron también la conquista y la guerra..

Si, la verdad es como un aroma, se huele muchas veces recién cuando ya se ha ido.  Me doy cuenta que si percibo ahora que el horizonte esta triste quizás sea solo porque estoy siguiendo las huellas del aroma de han dejado aquellos tiempos. Me pregunto que olor existe cuando nada más queda. Cuando la esperanza, la conciencia y hasta la ultima fuerza se hayan ido. Así me doy a la vez cuenta que esta vez soy yo mismo quien está siguendo las huellas de un paisaje que no existe. Que jamás ha existido. Con otras palabras, no es una cuestión de estrategia, de astucia o de inteligencia pues en realidad no es que exista un momento inoportuno. Mas bien se trata de que somos nosotros mismos quienes tienen que desarrollar la facultad para actuar en sintonía con lo que está sucediendo en este mismo instante. Para esto no es suficiente con abrirse a las corrientes que nos trae la vida absteniéndonos a decir esto me gusta o esto no me gusta. No se trata de vivir como flotando confiando en que la vida nos traiga lo que merecemos o que todo esté ocurriendo como debería.

El agua que baja de la montaña fluye y al fluir nunca se estaca. Más allá de la separación sujeto objeto, este nunca estancarse no significa que jamás se quede estancada sino que jamás se rinde a un concepto o con otras palabras a una visión dualista o a la dependencia de una entidad externa. Quizas sea este entonces el momento en el que podamos corregir algo. Dejando atrás el razonamiento, la astucia y la inteligencia. Dejando atrás incluso la sabiduría. Cuando la mente abandona sus propias ideas personales no dando nada por sentado es posible actuar con máxima cautela. Así, más allá de lo interno y lo externo, más allá de lo profano y lo sublime, de lo superficial y lo profundo, el agua que baja de la montaña es siempre limpia y fresca. Fluye sin estancarse y al fluir incluso pule y lava las piedras. 

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