EL RIO

Por un instante,

El rio y la montaña,

En tranquilidad.

Bajo la luna solitaria, entre el cielo y la tierra, se mueve un rio que siempre está yendo. Una corriente de agua que siempre sabe su camino, que jamás duerme, que solo cambia constantemente de ritmo. En algunos tramos se encuentra con verdes sauces que soñolientos dejan caer sus ramas sobre las tranquilas riberas. En otros se topa con las rocas. Ahí es donde del choque entre el agua y la piedra resuenan los ecos y aparece el blanco humo. Frecuentemente con voces de lamento, otras veces son murmullos de dolor y otras veces son cantos de alegría y de esperanza. Pero el rio también tiene otra cara. Hablo de la corriente que siempre serena dirige al rio en lo profundo. Es el fondo del rio que no se inmuta por lo que pueda acontecer en la superficie, que no se cuestiona a donde debe dirigirse, que no juzga.  Que no se pregunta que gana con esto o con lo otro y que no se cuestiona que peligro le espera en lo que se aproxima. Hablo de la esencia del rio, aquel lugar que pone en evidencia que no es necesario llegar hasta la muerte para que se tambalee la imagen que la conciencia tiene sobre si misma. 

Cuando han ocurrido cosas desagradables, cosas que me conmueven o cosas que me decepcionan, algunas veces con cierto enfado conmigo mismo, me he preguntado ¿ha tenido que ocurrir todo lo que ha pasado para darme cuenta, para no aceptar más los abusos? Otras veces, ya habiendo ganado más distancia en cuanto a lo ocurrido comienzo a intuir que si todo no hubiese acontecido tal y como ocurrido, el darme cuenta jamás hubiese ocurrido.  Son momentos de paz y gratitud por un lado y por otro, instantes en los que me cuestiono que es verdaderamente la dignidad humana.  Me pregunto ¿depende la dignidad de lo que ocurre en lo externo o es más bien algo que tiene que ver conmigo mismo? Una pregunta que me hace ganar más distancia aun en cuanto a lo ocurrido ya que sobretodo me da a entender que lo externo y lo interno, como lo superficial y lo profundo, como lo individual y lo colectivo, son dos caras diferentes de uno y el mismo hecho acontecido. Eso es, me digo, lo más importante es observar los fenómenos tomando distancia para no quedarse atrapado en los opuestos. Para mantenerse en la realidad de este momento. Pero tarde o temprano los sucesos vuelven a ponerme los pies sobre la tierra y comprendo que la pasividad desde la distancia no es suficiente. No. La dignidad no puede ser un concepto fijo, me digo entonces. La dignidad, como todos los derechos tiene que ser un proceso vivo, fluctuante, con su significado siempre puesto en duda. 

La dignidad humana es intangible se dice en algunos pueblos. La dignidad es saber y poder gobernarse a si mismo dicen otros. La dignidad ha de ser respetada por todos y su existencia no depende del reconocimiento, dice la mayoría de ellos. Todo bien. Estoy de acuerdo con todas estas opiniones, aunque también pienso que para hacer de la dignidad un bien vivo que nos acompañe a todas partes, incluso mas allá de los limites impuestos por el tiempo, la comprensión de lo que es la dignidad debiese aplicarse ya mucho antes. Debiese comenzar en la atención activa y consciente. Debiese comenzar en el “ya estoy aquí” que se encuentra más allá de cualquier especulación o deseo que hay dentro de uno mismo ¿A que me refiero en realidad? A la certeza que la verdad en realidad se manifiesta en absolutamente todas las cosas.

¿Qué es el rio? ¿Es el rio quízas la suma de gotas que crea un largo e interminable espejo de agua en la superficie? ¿Es la corriente que lo navega desde lo profundo? ¿Es el arroyo que nace en la montaña y que decididamente se dirige hacia la costa? ¿O es el rio un sueño de cristal que cruza un valle encantado? Creo que en realidad el río, como la dignidad, es todas estas cosas. Es tanto la profundidad como la superficie. Es tanto el origen como su lugar de destino. Es tanto el despertar como el sueño. Es más, creo incluso que en todo instante el río es tanto la montaña como el infinito mar al que se dirige. 

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