Mientras exista el yo, existirán el cielo y el infierno. Sin mí, ni el cielo ni el infierno existen – Kodo Sawaki
Frecuentemente solemos pensar que las ilusiones tienen mas que ver con la ficción que con nuestra vida normal en la cual trabajamos y nos esforzamos. Solemos asociar las ilusiones con hadas, monstruos o maravillas ¿pero se dejan limitar las ilusiones solo a la ficción? Para cuestionarnos sobre este tema tomemos unos de los valores a cuales más importancia le damos en nuestra vida: el amor romántico.
“Te quiero”, “Te amo”, frases que nos gusta decir o escuchar. Palabras de emoción, en las cuales encontramos reflejadas todas nuestras esperanzas, todo nuestro temor. Palabras que expresan sentimientos y que a la vez inducen determinados significados y que transportan imágenes, categorías y conceptos que frecuentemente podemos encontrar reflejadas perfectamente en la literatura y en el cine. Desde “Romeo y Julieta”, “La cenicienta” hasta “Mujer bonita” el amor romántico se nos es presentado como un sentimiento natural, una predisposición que llevamos dentro de nosotros y que incluso puede llegar a ser mas fuerte que nosotros, y que así nos invita a creer en el “verdadero” amor sin el cual la vida carece de sentido y que algún día tendrá que llegar fomentando así la creencia en el destino; aquel destino donde todo esfuerzo encuentra su recompensa en forma de un final feliz…
Pero como toda ilusión también estas imágenes se desvanecen y a lo más tardar cuando se sufren las primeras desilusiones nos cuestionamos: ¿que hay más allá de los sueños románticos? o ¿que sucede con aquellos que no creen en la omnipotencia de los sentimientos y que por lo tanto desconfían del romanticismo? ¿Caen estos tal vez en una especie de vacío sentimental?
El escritor alemán Goethe decía que el romanticismo, debido a la exageración de lo sentimental, se opone al balance de la lógica con lo espiritual. Y también desde nuestra práctica de Shikantaza, cuestionamos el sentimiento romántico. Al estudiar con cuerpo y espíritu la naturaleza de los cinco agregados, al reconocer la ausencia de substancia de los sentimientos y de la conciencia nos preguntamos: ¿Quién es el que dice “te quiero”?. En nuestra práctica de “solo sentarse” el “yo” y el “tu” son como el observador y lo observado: recién cuando dejamos de diferenciar entre nosotros y la otra persona es cuando nos hacemos uno con nuestra práctica – uno con el universo entero. Así, a partir de esta experiencia nos preguntamos: cuando nos enamoramos ¿nos enamoramos de una persona, o de una proyección de nuestros deseos? y mas allá: ¿no es el sentimiento de amor romántico en realidad una limitación de lo ilimitado?
El maestro Kodo Sawaki aclara en este sentido:
El portal del Dharma de la gran felicidad y serenidad significa no buscar el objeto de la creencia. No busques al otro lado. Si buscas al otro lado, te distancias de esta realidad.
La creencia de la que hablo, es la creencia en el principio eterno, la eterna verdad. Esta creencia consiste en abandonar las imaginaciones humanas.
¿Como es posible, que en los tiempos de Shakyamuni hasta un idiota o una prostituta despertaban a la Vía? Esto se debe simplemente a que abandonaron todos sus pensamientos dudosos. No eran ni estudiosos ni tenían mucha sabiduría ni habían escuchado muchas predicas sobre el Dharma. Simplemente no tenían duda alguna. Era la fuerza de su fe lo que les conducio al despertar.