ESPIRITUALIDAD

la experiencia última de zazen es olvidar toda técnica y dejarse ser respirado por el universo entero

Numerosas revelaciones alberga la vista de una luna estrellada en el mar. Cuentos sobre el juego armónico entre la luna y su reflejo sobre el agua, historias sobre el eterno movimiento de las olas que en su constante ir y venir jamás abandonan el mar o también enseñanzas sobre el mundo en el cual todas las cosas y seres son fragmentos del verdadero ser. Y así como nos habla de la unidad, la luna también nos avisa sobre las características de la dualidad. Sobre el espíritu que al discriminar excluye y que tarde o temprano nos hace encontrarnos con la ley de causa y condición. Aquella ley universal que infaliblemente nos exhibe, que dado a que todas las cosas y seres son parte de nosotros, cuando juzgamos sobre algo o alguien, en realidad nos estamos poniendo a nosotros mismos en cuestión. Una singular enseñanza de la ley de causa y condición que es fácil de comprobar en cada pensamiento, en todo sentimiento y en cada acto como por ejemplo cuando ante toda la injusticia del mundo que yo mismo creo externa a mi, exclamo: “no me gusta la palabra espiritualidad”.

Y por supuesto que en estos momentos de intimidad con todas la cosas de este mundo me he preguntado ¿porque me molesto con una palabra, si cada palabra es parte de la realidad?. Al principio creía que era porque relaciono la palabra espiritualidad demasiado a un estado de permanente anhelo. A un estado de constante insatisfacción que condiciona mi interior. Como el anhelo al silencio o como el afán ciego por alcanzar un ideal que son estados de constante hambre por obtener algo que pensamos tan lejos pero que esta en todas las cosas a nuestro alrededor. No, no es eso lo que me molesta de la palabra “espiritualidad”. No es ni el silencio ni el ruido, ni tampoco el dualismo que separa el ruido del silencio, ya que si no existiese el dualismo, no habría manera de percibir el silencio universal. Ósea que no es el dualismo lo que me molesta de la palabra “espiritualidad”. Tiene que ser otra cosa. Tal vez solo el hecho, que siempre cuando escucho esta palabra es como si una grieta se abriese entre mi y la realidad. Si, tal vez sea eso, porque de alguna manera me parece como si la palabra “espiritualidad” crease un muro entre el mundo invisible y el mundo concreto y material.

Hoy la luna está triste y llora.
¿Es la palabra espiritualidad o es mi pensamiento lo que provoca la separación entre el mundo profano y el espiritual? ¿Como se explica que algunas veces cuando miro la luna, esta me parece llorar y al instante después de cerrar los ojos y volverlos a abrir veo la misma luna sonreír? ¿Será la luna o será porque veo todo así como lo deseo ver? No tengo una respuesta clara a todas estas preguntas pero de una cosa estoy muy seguro: me pierdo en la conciencia que discrimina mas rápido que la luna detrás de una nube fugaz. Busco refugio en las escrituras que me dicen: “haz el bien, no cometas el mal”. Lo difícil que es para mi seguir esta enseñanza lo percibo cuando se trata de defender lo que amo o cuando la tarea consiste en caminar hasta el final. Y es que si no pongo atención con seguridad estaría dispuesto a mentir o a robar si se tratase de hacer el bien. ¿Pero aunque fuese por el bien o por el bienestar de todos los seres, si mintiese o robase que seria entonces del bien? ¿No me convertiría más bien en un mentiroso o un ladrón? Así se comprende porque en la historia de la humanidad hasta los mas villanos tiranos algún día hayan dicho que en realidad han luchado por la libertad.

En algunas noches todo lo que existe es la oscuridad.
Silenciosas y solitarias noches en las cuales me siento abandonado por la luna y su luz. Noches en las cuales para no perderme me apoyo en la respiración, en mi cuerpo y en la mente lo que nuevamente me demuestra que la ley de causa y condición es el telón de fondo de toda acción. Y noches que me enseñan que todo movimiento en la superficie repercute hasta en el ultimo rincón del océano recordándome así que independiente a lo que signifique para mi el bien, aunque se trate de proteger los recursos ecológicos o de fomentar la solidaridad social solo si verdaderamente hacemos el bien lo que obtendremos será el bien. Llegando a este punto descubro el amor universal. Una experiencia espiritual y corporal que fluye de adentro para afuera y que me hace comprender profundamente lo fría que seria la sabiduría sin la compasión.

Detrás de un manto de nubes me reencuentro con la luna.
El vacío es forma, la forma es vacío dice el sutra del corazón. Ósea que es la luz de lo infinito lo que penetra todos los fenómenos y lo que me permite reconocer que la realidad no diferencia entre la practica religiosa y el compromiso social. Una realidad en la cual la forma y el vacío al igual que lo profano y la espiritualidad son las dos caras de un mismo sello. Visto así son todas las cosas la sabiduría misma, ya que todas las cosas enseñan lo que es la realidad que va más allá de la conciencia carmamica que condiciona nuestra percepción.

Para la luna no tiene importancia como se reparte el botín.
Visto desde la luna, todo fenómeno, sea de origen físico o espiritual es forma y vacío a la vez. Ósea que todo fenómeno, sea socialmente comprometido, sea profano o sea espiritual enseña de su manera particular lo que es la verdad. Por eso, con la certeza que la verdad se encuentra solo más allá de las categorías del bien y el mal me aparto de pensamiento que separa y firmo la paces hasta con la palabra “espiritual”. Y no lo hago para demostrarme a mi mismo hasta donde puedo llegar, ni tampoco para averiguar que es lo que esta permitido y que es lo que no lo esta, sino que solo y únicamente porque en la inmaculada realidad que existe de instante a instante cuando la palabra intenta alcanzar la realidad, esta ya no esta.

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