Las nubes que se reflejan sobre el agua no manchan la superficie sobre la que se suelen posar. Su magia no consiste en dejar huellas por donde suelen pasar sino que en ir y venir libremente y en este movimiento, sin alterar el cielo azul, seguir el ritmo universal. No dejan rastros ni en el agua ni en el cielo al igual que un ave no deja huellas al volar. No dejan huellas en el aire porque el deslizarse a merced del viento es su movimiento natural. Al igual que las aves no dejan rastro alguno en su vuelo porque están volando ya antes de volar. Porque sus cuerpos en todas las direcciones expresan en todo instante lo que en cualquier momento puede acontecer.
En el zen moverse como la luna, como las nubes, volar como un ave significa moverse como un Buda. Moverse en un mundo donde nada es fijo o preconcebido de tal manera que el mundo material y el espiritual se compenetren. Desde esta exigencia, desde la perspectiva de Buda se observa de manera clara las confusiones que condicionan nuestra convivencia. Confusiones como lo representan el intento de imponerse y de dominio que se invoca constantemente en nuestra cultura y que no solo se puede observar en las guerras como las que están aconteciendo actualmente sino que también en la mentira deliberada, en el trato discriminatorio hacia las minorías, en los datos sacados de contexto y que sin relación entre ellos dan la sensación de saber algo sin saber nada en concreto. Sí, si ya no lo era la mentira se ha convertido del todo en una herramienta de poder que no siempre tiene como objetivo que la gente crea la mentira sino que de quitar la habilidad de distinguir entre la verdad y la mentira con el fin de para poder manipular mejor y así alcanzar los objetivos marcados.
Cuando se habla de actuar como un Buda, no se habla solo de teoría abstracta sino que sobre todo se refiere a hechos concretos por lo que propongo que observemos nuestro propio comportamiento donde el infiltrarse, confundir y el encubrir huellas que se han convertido en malentendidos que condicionan nuestra convivencia. Malentendidos, sí, pues frecuentemente afectan aún más a quienes creen haber comprendido algo pues al pensar que al no dejar huellas no hay responsabilidad alguna no consideran que aunque a nadie se le pueda hacer responsable aun así la responsabilidad permanece. Un error con vastas consecuencias y que sobre todo evidencia que quien manipula en realidad no es consciente de que esta sufriendo. No sabe que se está de privando a si mismo del placer de vivir libremente, de su libertad y así no está siendo consciente del hecho que su propia salud espiritual y corporal la que está comprometida. Por lo general a estas personas se les reconoce porque hablan de la libertad pero no enseñan a liberarse, hablan del apego pero no hablan del peligro de quedarse atrapados en una comprensión equivocada.
Desde la autoridad no es posible juzgar la pureza con la que un ave se desliza por el cielo. No es posible adueñarse del viento como tampoco es posible parar la primavera. Sin duda, cierta autoridad y disciplina es necesaria para el desarrollo de la personalidad y una autentica liberación del individuo pero también es verdad que la autoridad también tiene esa cara normativa que constantemente miente, somete y manipula. El cuerpo del Dharma no deja huellas, si, pero no porque las esconda, sino porque algunas veces es Buda quien actúa y otras es la acción la que hace que Buda aparezca.