Según la ley del Karma que básicamente dice que todo acto tiene su consecuencia, cuando una flor abre sus petalos, tarde o temprano la mariposa llegará. Aun así, sería erróneo pensar que las flores abren sus petalos con las esperanza que algún día la mariposa valla a aparecer. La flor abre sus petalos sin buscar nada a cambio y justamente eso es lo que le hace ser en todo instante una flor.
De manera parecida aplica también la ley del Karma en lo social. Cuando comprendemos la autonomía y la emancipación individual no solo como un “yo” sino que como un “yo y todos los demás” todos nuestros esfuerzos de manera natural son tanto por el beneficio nuestro como también por el de los demás. Aun así muchas veces la verdad es que percibimos las circunstancias en las que vivimos como una dificultad. Como un impedimiento que de alguna manera nos provoca insatisfacción porque percibimos una brecha abierta entre nuestros suenhos y la realidad. Queremos estudiar, aprender más, desarrollarnos, construir para nosotros y nuestros hijos un mundo mejor pero no podemos porque la realidad social en la que vivimos no nos permite ir más allá. Dividimos entre ganadores y perdedores, entre superior e inferior y pensamos que si queremos vivir la vida de cara al sol tenemos que aprender a ganar. ¿Pero que sucede si nos damos cuenta que este punto de partida que de por si asume que existen ganadores y perdedores, superiores e inferiores no es algo que tenemos que asumir como la única posible verdad? ¿Qué sucede si de partida aceptamos completamente tanto nuestros sueños como la realidad? ¿Si aceptamos completamente la realidad social en la que vivimos y dentro de las posibilidades que esta nos da, enfocamos la educación en dirección hacia la emancipación individual? Tal vez descubramos que en ese mismo instante la educación ya se ha convertido en un proceso de transformación. Eso es por lo menos lo que nos indica la visión desde la unidad pues esta nos recuerda que “yo” conlleva a “yo y todos los demás”. Una hecho que a la vez nos conduce a la conclusíon que más importante que la brecha social, es abandonar en este mismo instante el dualismo que distingue entre el suenho y la realidad entre el “yo y los demás” entre inferior y superior.
De esta manera nos encontramos con el hecho que así como hay dificultades en nuestra práctica, también existen experiencias que invocan en nosotros gratitud. Experiencias gratificantes como aquella que vivenciamos a travez de zazen cuando en nuestro cuerpo y nuestra mente se establece el silencio. El silencio omnipresente, que todo lo penetra y del que todo nace. El silencio que se arriba cuando dejamos de culpar o de juzgar, que hace que la actividad mental se calme y que nos permite percibir las cosas como realmente son. El silencio que nos posibilita comprobar que el mundo mental es lo que provoca el ruido en nuestro interior y que así nos da a comprender que ese ruido que percibimos como exterior, surge en primer instancia cuando decimos “yo”.
Una experiencia que nos llena de gratitud no solo porque comprendemos el origen del sufrimiento sino que también nos da a entender que todo aquello que se presenta como dificultad también puede ser visto desde la otra cara de la medalla en la cual todo tiene su sentido de ser. La cara de la medalla a travez de la cual comprendemos que sin el ruido no sería posible comprender que el verdadero silencio es algo que va más allá del silencio que se opone al ruido. Una conclusión que desata muchas conclusiones más, lla pues nos damos cuenta que aunque el dualismo lo hemos heredado ya en nuestra niñez cuando hemos adoptado el lenguaje y los valores de nuestros padres, este mismo dualismo nos ha traido hasta aquí y en este mismo instante nos otorga la posibilidad de despertar de nuestro Karma volviendo a la inmaculada realidad.
Una experiencia que así irrevocablemente modifica nuestra visión y influye en toda dirección del mundo en el que vivimos pues muchas cosas más nos da a entender. Por ejemplo en cuanto a nuestra propia educación, que aunque las codiciones concretas en las que hemos crecido y que nos ha tocado experimentar sean importantes, más importante es aun despertar a nuestra verdadera naturaleza original. Aquella naturaleza que abunda en todos los seres y cosas en toda dirección y que nos otorga una satisfacción y gratitud incluso hacia nuestro Karma con todas las dificultades que nos ha tocado vivir. Ya que nos da a entender que la desigualdad en cuanto a posibilidades en primer lugar comienza en cada uno de nosotros cuando permitimos que estas tengan predominen nuestra existencia al entrar en el juego de la actividad mental que implica juzgar y discriminar. La actividad mental que nos hace creer que la desigualdad que existe entre los seres humanos es algo que determina nuestro futuro negando la posibilidad que la situación karmica actual no tiene porque ser una condición que tenemos que conservar. Pues eso es lo que nos indica la naturaleza original: el camino que cada uno de nosotros escoje es siempre solo una condición circunstancial. Así la gratitud se expande en toda dirección, llegando incluso hasta aquellos que creemos percibir como nuestros enemigos o las situaciones adversas en la sociedad. Hasta aquellos que nos acusan, calumnian, o nos golpean para convercernos que hay una verdad más alta que la verdad o la circunstancias adversas que nos imposibilitan desarrollar todo nuestro potencial. La gratitud llega hasta los últimos rincones de nuestro mundo comprendemos que en realidad nuestros enemigos y las adversidades nos posibilitan practicar de forma real la tolerancia y la unidad. Siguiendo las ensenhanzas del Buda que dicen: aquellos que practican el Buda Dharma protegen el Dharma y a si mismos viviendo en la verdad.
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