El viejo ancla,
Olvidado por el mar,
No espera más.
Un sonido. Una luz. Un color. La belleza es un encuentro espontáneo y sin intención. Es un ave desprevenida que reacciona y se lanza desde el impulso a volar. Es la brisa del mar que hace olvidar las fronteras entre el aquí y allá. Es un tono del cual nace una melodía. Es la luz de la cual surge el color. Eso es la belleza cuando no hay propósito ni meta que alcanzar. Es la armonía genuina del movimiento sin control. Es aquello que no puede ser escondido. Como la luna. Como el sol. Como la verdad. Desde aquí, desde el cuerpo y la mente en un estado de plena atención vamos observando el movimiento y descubriendo sus impulsos. Desde aquí lo que es y lo que no es se revelan con toda naturalidad.
Al buscar lo que es bello nos podemos encontrar con diferente pareceres. Para unos lo bello es un tono o un color natural. Pero ya al surgir el concepto nos preguntamos ¿no serán estas cosas solo una impresión? Tal vez sea la belleza lo agradable, en el mejor de los casos lo puro. Aunque, ¿quién decide que es bello y que es puro?. Dudamos. ¿El objeto? ¿El sujeto quizás? ¿Por qué codiciamos aquello que es bello? Y si llegando a este punto alguien afirma que ante todo el sufrimiento del mundo la belleza es solo una banalidad claramente le respondemos que esto no es así. Existe una conexión directa entre lo bello y el sufrir. Para comprobarlo podríamos comenzar por lo que significa tanto para la sociedad como para el individuo, la creación de una estética que defina lo que es bello y lo que no. Es evidente que con dicha definición automáticamente aparece también la moral y con esta igualmente la autoridad. ¿Existe belleza en la autoridad? En algunos casos, pero de todas formas una belleza muy particular. Aunque disculpen si esta vez no voy a entrar en esta discusión. Esta vez prefiero quedarme con lo bello de verdad. Con nuestra vulnerabilidad. Continuemos entonces con el enlace que existe entre la belleza y el sufrimiento cual radica en nuestra manera de interpretar la realidad. Si observamos con atención lo primero que vemos cuando intentamos de explicar el sufrimiento es el hecho que constantemente estamos señalando hacia afuera para encontrar la verdad. Unos dicen que el origen de todo mal radica en el neoliberalismo con su don de integrar en si todo lo nuevo para hacerse mejor. Otros aclaman que el problema de fondo consiste exclusivamente en la lucha de clases y la división social. A la vez otr@s afirman que el enemigo real se alberga en el patriarcado que ignora su feminidad. Así mismo otros aluden que es la religión la crea la discordia al anteponer la creencia a la razón. De esta manera, con la vista dirigida constantemente hacia el exterior ¿a quien le sorprende que nada mejore de verdad? Creemos identificar aquello que limita nuestra libertad y nos preguntamos ¿que sería de la libertad si esta no estuviese provista de igualdad? Definimos la igualdad y en el mismo instante nos comenzamos a preguntar ¿y que sería de la igualdad si no hubiese equidad? Justo cuando creemos haber alcanzado una meta, a lo mas tardar en ese mismo instante en el que nos contentamos, aparece una objetivo más sofisticado o incluso mejor. ¿Será coincidencia que así como en la belleza tampoco en lo social nunca encontramos satisfacción? Pues si lo observamos con atención esta actitud que se deriva de la insatisfacción la podemos encontrar en todos los ámbitos de nuestra vida social. En el consumo, en la educación, en el progreso, en los deportes, en la cultura e incluso también en la misma practica espiritual.
En uno de sus poemas el maestro Yoka Daichi dice:
El fundamento de esta choza es la práctica.
La manera para entrar verdaderamente en contacto con alguien,
No es una cosa de inteligencia o no inteligencia.
El huésped observa con ecuanimidad que el color de la montaña es azul.
Con otras palabras, el método para acceder al fin del sufrimiento que conlleva el Buda Dharma es la práctica. No lo es como lo hemos aprendido de la ciencia el acumulo de información. La práctica budista implica tanto un esfuerzo mental como uno corporal. Desde ahí apreciamos lo que es la montaña. Entramos en la montaña y vamos más allá de la especulación. Llegamos al pensamiento que surge desde más allá del pensar. El lugar donde no existe la exclusión. Donde todo tiene su razón de ser. Donde la mente se funde con el mundo físico a nuestro alrededor. Algunas veces la verdad es una diminuta gota de agua y otras veces una inmensa montaña azul. ¿Pero por que es la montaña azul y no marrón, verde, roja, amarilla sino que azul? Quizás, porque aunque la vida misma sea la libertad que no requiere justificación, sin la práctica, la libertad, la belleza, la justicia y la pureza se quedarían en meras ideas que jamás se acabarían por realizar. Y es que hay aun muchas cosas que están fuera del alcance de nuestra percepción y estas seamos consciente de ellas o no influyen sobre la realidad. Es como con la libre expresión. Ejercer el derecho a libre expresión es sin duda un derecho esencial y aun así pueden haber casos en los cuales ejercerlo implique un atropello de los derechos de alguien mas. Así, como la realización de la verdad exige la practica de la meditación, también el ejercicio de la libre expresión requiere responsabilidad. Sin practica no hay realización. Sin responsabilidad no hay libre expresión.
La belleza en el Zen podría ser así, pero podría ser de otra manera también. Es tanto una diminuta flor como las estrellas mas altas que se reflejan sobre el mar. Es los árboles que con sus ramas le dan al viento una voz. Es una rana, un ratón, una lombriz. La belleza es un relámpago que irrumpe en la oscuridad. En una ancla antigua olvidada frente al mar. La belleza es tantas cosas que ya da que pensar. Y es que la belleza en el Zen es este mismo instante con todo lo que cae en su interior.