Faldas de lava,
El cielo despejado.
Volcán antiguo.
Un antiguo sabio dijo una vez: la tierra es la tierra, el cielo es el cielo, el agua es el agua y las montañas son las montañas. ¿Hay mas que esto? me he preguntado muchas veces yo, consciente de que las palabras del maestro no se refieren solo a la dimensión relativa o solo a la apariencia material. Consciente de que también existe la dimensión universal. Donde todo está conectado con todo a su alrededor. Donde las formas continuamente se diluyen y los elementos constantemente se compenetran siguiendo así el tacto del movimiento universal cual se refleja también en el ritmo de nuestra propia respiración. No, me digo entonces yo. La tierra no es solo la tierra, el cielo no es solo el cielo, el agua no es solo el agua y las montañas no son solo las montañas. Tiene que haber más.
Tiene que haber más me digo yo he indago en la esencia de la montaña, en su poderío, en su monumentalidad. Me sumerjo en ella y observo que la montaña basa su grandeza en el hecho que siempre se ha mantenido firme ahí donde está. Desde una postura firme e inamovible siempre ha regido sobre los valles como un sabio de espíritu apaciguado que tras un interminable saga por fin ha alcanzado la ultima verdad. Una imagen algo infantil me digo yo. Como el sueño del progreso material de las ultimas décadas. Como el anhelo por el algoritmo sabelotodo de la actualidad que con su inteligencia artificial pretende aprender a tomar las decisiones más sabias posibles que hay. Sin darse cuenta que los conceptos sobre los que basa su inteligencia ya en si albergan discriminación por lo que su supuesta sabiduría no hace mas que ahondar no solo la brecha entre la ignorancia y el saber sino que también la de la injusticia social. ¿O será que si está consciente de ello, pero que asume su rol al demostrarse ser a la vez un eficaz instrumento de control, de vigilancia y de poder? Osea que así como existe la montaña de los ríos y de los valles, de los vientos y de los cielos, también existe la montaña que refleja la madurez interior. La sensatez de no escaparnos una y otra vez de nosotros mismos y de nuestra propia responsabilidad. Incluso ni en la promesa de encontrar en el no-pensar un mundo mejor.
Es aquí donde se abre un espacio y me encuentro con muchas otras facetas de lo que las montañas también pueden ser. Me encuentro no solo con que hay montañas altas y bajas y cada una de ellas de un especifico y muy peculiar color sino que también con que las montañas hablan y comunican entre si. Con que las montañas se mueven constantemente de aquí para allá. Que pueden moverse más rápido que el viento si lo desean y que tienen la facultad de moverse libremente incluso entre el pasado y el futuro y que cuando se mueven hacia el pasado pueden hacer incluso que el pasado cambie, sin hablar del presente o también del futuro.
Las montañas son la postura y la respiración. Son las rocas, son los ríos y los valles. Las montañas son nuestra propia postura frente a la verdad. Un antiguo sabio dijo una vez: la tierra es la tierra, el cielo es el cielo, el agua es el agua y las montañas son las montañas. ¿Hay mas que esto me pregunto yo? sin darme cuenta que ya con la pregunta pongo en duda la unidad. La unanimidad de la practica y la vida cotidiana, de los seres sintientes y los fenómenos, de la vida y la muerte, de la ilusión y la verdad. Observo que hay más solo si no acepto el hecho que las montañas esten fijas pero que se mueven a la vez. Por otra parte si acepto el movimiento que existe en su quietud, si acepto la quietud que existe en su movimiento, la montaña no es otra cosa que la montaña. Al igual que la tierra no es otra cosa que la tierra, que el cielo no es otra cosa que cielo, y que el agua no es otra cosa que el agua. Jamás han sido otra cosa. Jamás lo serán.