Shundo Aoyama es una monja Zen de la escuela Soto que vive en el templo Muryo-ji, en Japon. Escritora reconocida en su país, habla de la vida cotidiana – la enfermedad, el paso del tiempo, la naturaleza, ect. A través de una visión enraizada en la armonía de todos los seres del universo, el siguiente texto forma parte de su libro Usukushili Hito Ni, publicado en ingles con el titulo Zen seeds (“Semillas de Zen”). La autora cita unas palabras de Kosho Uchiyama, discípulo del maestro Kodo Sawaki.
Querer tener “todas” las flores y “todas” las frutas durante “todo” el año es una locura.
En el risshun, primer día de primavera, según el calendario lunar, arreglé en un jarrón en mi habitación una rama de flores de ciruelo, que ya estaban a punto de abrirse. La alegría de este primer soplo de primavera me llenó el corazón y sentí que éste era el mayor de los lujos.
Una y otra vez había estado bajo las ramas del árbol, expuesta al aire frío, pensando en mi interior lo lentamente que florecían los ciruelos. Únicamente una persona que ha esperado con impaciencia la aparición del brote más insignificante puede comprender esta alegría.
Soy capaz de encontrar alegría en este hecho porque los jardines y los campos de mi templo van de acuerdo con la naturaleza y su constante girar de primavera, verano otoño e invierno.
Durante todo el año floristas y vendedores de verduras venden una gran variedad de flores y de productos de invernadero. Los niños que crecen en un ambiente sin contacto con la naturaleza son totalmente incapaces de reconocer la promesa de las flores que se abren a comienzos de primavera, a pesar de la aspereza del frío, o de la hierba que florece con el amable viento de otoño.
En las tiendas, las flores se abren fuera de estación, y se exponen toda clase de frutas y verduras durante todo el año. En el mundo moderno, la emoción de ver abrirse las flores después de un largo invierno o el sentimiento de ternura hacia las flores de los últimos días de otoño no se puede experimentar.
Mucho menos podemos conocer la alegría de recoger los primeros tomates y pepinos de la temporada, o saborearlos después de la temporada, o saborearlos después de ofrecerlos en el altar budista en casa. Ya no experimentamos la alegría de atrapar un pez con la red mientras sentimos la fuerza de la corriente en las piernas: no nos da lastima el pez cuando se muere.
Desde el principio estamos desconectados del ambiente natural que cultiva estas emociones en nuestros corazones, y todo funciona con la idea de que podemos conseguir todo lo que queramos con dinero. Esto no puede enriquecer las emociones.
Tal como sugieren las palabras “madre tierra”, los seres humanos son hijos de la tierra, hijos de la naturaleza. ¿En que clase de adultos se convertirán los niños modernos, privados de este sentimiento vital de la naturaleza, y que han crecido en un ambiente árido? ¿En qué dirección ira la sociedad que construyen? Con sólo imaginarlo siento escalofríos en la espina dorsal. ¿De donde proviene este ambiente? Nuestro deseos – querer ver siempre las flores que nos gustan y comer nuestras frutas y verduras preferidas – se han mezclado con otro deseo humano común, es decir el deseo de obtener beneficios. Para obtener estos deseos la etnología científica ha sido utilizada sin control. Al final, todo se puede encontrar para ser comprado, y el resultado es un mundo sin vida. Es preciso no olvidar que la gente que vive en una situación así, gradualmente se convierte en más materialista y sin sentimientos.
Sus corazones se vuelven, podríamos decir, plastificados, y no dejan espacio para la verdad budista que dice que la vida y la muerte, tal como son, es el nirvana. El maestro Zen Kosho Uchiyama dijo: “Al camino original ni hay que añadirle nada, ni tampoco esta obstruido”. Añadió: “Se basta perfectamente a si mismo. Los seres humanos, porque tienen la facultad de pensar, siempre quieren añadir alguna cosa, y pronto todo queda obstruido”.
Más y más cosas
La civilización actual esta obstruida a causa del deseo humano de añadir más y más cosas. Si no cambiamos de dirección, dentro de poco tiempo ya no habrá seres humanos en nuestro planeta. Con la guía de la doctrina de Buda, que contiene las leyes del cielo y la tierra, hemos de hacer revivir el corazón humano que se conmueve por una flor, el corazón que llora por la muerte de un insecto. Un corazón como este cuida mucho a la propia vida, la vida de los demás, y la vida de todas las cosas.
Shundo Aoyama
Traducción: Bartomeu Ubach – monje benedictino
» El corazón que llora por la muerte de un insecto, que se conmueve por una flor . Un corazón como este que cuida mucho a la propia vida . . . » .
¿ Qué modo de atención ? ¿ Con qué
idea hay que sentir ?
¿Qué somos vida ,tal vez ? . ¿Cómo revivir un corazón parecido ? . ¿Cómo profundizar sus palabras ? .
G r a c i a s de nuevo .
Hola Aleggandro Sí, la poesía tiene la facultad de expresar lo indecible. Pero más allá ¿como comprender nosotros mismos lo inexpresable, como encontrar nosotros mismos la llave para un portal que no tiene puerta? Cuando todo es la mente, todo es complicado. Todo está lleno de moral, de contradicciones y hay muchas preguntas. Así, aunque nuestra practica sea lo más honesta posible y constantemente nos cuestionemos hasta donde practicar las verdades, los conceptos y las ideas aparecen y con ellas la historia, el pasado, la esperanza y el futuro. Todo aquello que nos distancia de la vida que palpita en este mismo instante. Ante dicha situación en nuestra practica tenemos la postura. La posibilidad de entregarnos completamente a la respiración y al cuerpo. Desde ahí, a travez de una practica diligente, la mente se tranquiliza y de forma natural comienza a expresarse la mente que no distingue entre la realidad y la poesía. Gassho