Nubes que vienen,
sin alterar el cielo.
Nubes que se van.
Así como en toda creencia, como en todo sistema religioso, también en la práctica del Zen existe un punto de inflexión. Un momento que llega tan seguro como a la exhalación le sigue la inhalación y que como una nube nocturna envuelve la luna con un velo de oscuridad que imposibilita distinguir lo cierto de la ilusión. Un instante que lleva a extraviarnos dentro del movimiento universal. Que nos hace olvidar que todo lo que surge algún día se desvanecerá y que nos insta creer que el sol, la luna, la tierra y el mar se mueven alrededor de nuestra voluntad.
Este punto de inflexión del que hablamos siempre se expresa por medio de la rigidez. La rigidez tanto corporal como mental que frecuentemente durante Zazen nos da la impresión de estar viviendo un infierno que perdurará desde aquí hasta en la eternidad. Una experiencia que reconocemos también en lo social cuando el sufrimiento se manifiesta a través de un padrón de conducta nocivo al cual volvemos una y otra vez. Perdemos de vista lo que nos une con todo a nuestro alrededor, interpretamos la realidad en función de valores heredados y experiencias hechas ayer y a partir de ahí volvemos a discriminar, volvemos a juzgar, y en consecuencia volvemos a actuar. Una y otra vez. Una situación que desencadena nuestra herencia cárnica en toda las direcciones una y otra vez más.
Desde aquí, desde este punto de inflexión, considerando que todos nosotros como seres humanos siempre interpretamos la realidad de manera subjetiva, nos preguntamos ¿qué significado tiene entonces el derecho a libre expresión? ¿Por qué es tan importante el derecho a libre expresión si en realidad siempre estamos confundiendo nuestros pensamientos y nuestra imaginación con la realidad? ¿Por qué debemos hacer todo lo posible para que la prensa pueda ejercer su oficio sin tener que esperar recriminación? Y con recriminación no nos referimos solo a actos de violencia como la agresión o el intento de intimidación de quien informa y sus familias sino que también a ese tipo de violencia más sutil. A esa violencia que bien se puede observar cuando se intenta influir sobre la justicia o los medios de comunicación, aplicando el favoritismo con tal de imponer una verdad. Aquella violencia más o menos oculta que bien podemos reconocer cuando se margina a alguien por que no coincide con nuestra creencia o nuestra opinión. Algo que en los medios de comunicación se puede comprobar al observar la relación que existe entre lo que un medio informa y quien financia dicho medio de comunicación. Bien podremos reconocer entonces que las tendencias no solo existen al recepcionar una información sino que también al informar. Una conclusión que directamente nos conduce hasta la pregunta ¿no será entonces la tentativa de imponer una verdad equivalente al intento imponer nuestro Karma a los demás?. Llegando hasta aquí más de alguien concluirá “pero si todos, consciente o inconscientemente, siempre estamos intentando de imponer nuestro karma a los demás pues no podemos no comunicar”. Lo que sería una conclusión legitima si detrás de este intento de ejercer el poder sobre otros y que muchas veces nosotros mismos interpretamos como el derecho a vivir nuestra realidad individual, en realidad no se encontrase el temor. El miedo a que nuestra verdad no sea del todo verdad. El temor a perder el control. El temor a perder nuestra identidad. El miedo a la eterna oscuridad. El miedo que en todas sus facetas se expresa toda vez que afirmamos que nuestra verdad es mejor y que se demuestra así ser tierra fértil para que el mudo silencio pueda brotar. Que da espacio para que el poder pueda silenciar la libre expresión. Algo que se vuelve verdaderamente temible cuando los que ven la injusticia pierden su voz y dejan de opinar por temor, ya que por muy comprensible que sea su postura, con su silencio en el fondo justifican lo que bajo ningún concepto se debiese consentir.
En nuestra práctica de Zazen, la principal actividad consiste en volver una y otra vez a la realidad de este instante. Abandonamos una y otra vez la actividad mental volviendo una y otra vez a los diferentes aspectos de nuestra postura y nuestra respiración. De esta manera de forma natural comenzamos a abandonar el comportamiento reactivo que engendra más Karma aun y con ello el temor de manera natural se comienza a disipar. Como la bruma de la mañana que se va evaporado a medida que los rayos del sol comienzan a calentar. Una experiencia que nos llena de esperanza y que invoca en nosotros gratitud pues instantes como estos no solo abren el espacio necesario para que nuevamente se vuelva a manifestar la paz en nuestro interior, si no que en realidad nos dan a entender que a pesar de nuestro karma nocivo, a pesar de todos los errores del pasado, en este mismo instante en realidad no hay nadie a quien culpar y por lo tanto nadie a quien perdonar. Simplemente porque el punto de inflexión, por el cual todo quien práctica el Zen tarde o temprano tiene que pasar, no es más que una faceta pasajera dentro del eterno movimiento universal.
Nota: a todo quien desee profundizar más sobre nuestra práctica de Shikantaza, solo sentarse, les invitamos a participar al sesshin de gratitud que tiene lugar en el Templo Busshinji de Sao Paulo desde el 13 hasta el 16 de febrero. Quien requiera información adicional la podrá encontrar bajo el siguiente enlace: pulsar aquí