Arbustos y las ramas.
Cuerpo redondo.
El sol del naciente defiere del sol de poniente. El sol no ilumina con la misma intensidad en junio que en septiembre y de forma distinta en otoño que en primavera. La luz del sol siempre termina por consumirse en lo oscuro, sí, pero aun así las sombras no solo son proyecciones del inconsciente. No siempre dependen de nuestra aprobación, pues también son tierra mojada, también son tierra oscura, una espiga perfecta o con otras palabras, también son poesía pura.
De los sueños, como de la poesía, muchos dicen que de nada sirven. Que son meros espejismos, ilusiones que dificultan la visión clara. Pero no estoy de acuerdo con ello. Por esta razón, hoy quiero testificar en defensa del tener la libertad de ilusionarse. No es que sean culpables los sueños, no es que no sirvan, el problema más bien radica es que somos nosotros quienes muchas veces confundimos la univocidad con lo claro. Lo podemos reconocer con más nitidez cuando ansiosos por castigar el pecado de la ilusión, la visión se vuelve estricta, rígida o si se quiere expresar de esta manera, estrecha. Por otra parte confieso, sí también, que al testimoniar en favor de los sueños, también me pronuncio en favor de lo opaco, del inconsciente, de lo confuso. Ahora ¿por qué lo hago? La respuesta resulta simple aunque en sus orígenes sean vastos y complejos: por que en tiempos en los que todo tiene que ser “o esto o lo otro” y no “tanto esto como lo otro”, en tiempos en los cuales tomar parte por el oprimido significa ir a la guerra y en los que el aprender a disparar se esta poniendo de moda, siento que es mi deber hacerlo.
Voy a intentar de ser más claro. En los sueños no solo encontramos la ilusión que ilusiona, sino que sobre todo aquello que nos hace humanos: nuestra vulnerabilidad, nuestro sufrimiento, nuestros miedos. Con otras palabras, más allá de la apropiación indebida, más allá del sentirse solo, del creerse victima o de estar en conflicto, los sueños y los temores también representan algo que el opresor y el oprimido tienen en común y que por tanto les une. Ósea que propongo que no seamos tan rápidos al exigir que se respeten las verdades absolutas. Es fácil decirle a alguien que el verdadero yo está más allá del dualismo y que el sentirse solo viene del creerse desconectado de todo lo que nos rodea y que por lo tanto es ilusorio, pero temo que no todo el mundo estará dispuesto a escuchar esta propuesta. Ósea que hemos de adquirir una comprensión vasta sobre el apego y el no apego y esta pasa por entender que una verdad absoluta sin relación con el mundo relativo no es verdad alguna y más allá que el no apegarse significa en primer lugar desprenderse de una visión idealista que sofoca lo vulnerable, lo frágil, lo ambiguo. Creo poder afirmar que es justamente el ser conscientes de esta vulnerabilidad es lo que nos hace humanos, lo que nos devuelve nuestra humanidad, lo que nos hace accesibles y solidarios.
Cuando un ave canta en las mañanas su voz nunca es solo un canto, también es el valle, el viento, también es el rio, el color del agua, también es la montaña. La luna no solo lleva consigo tristes bellezas, no solo manifiesta serenos martirios, sino que lleva también consigo el misterio de lo claro en lo oscuro. La luz de un cuerpo que en la profundidad de una noche oscura y opaca, entre ramas y arbustos revela en todas las direcciones la perfecta redondez de su forma.