En la ciudad
danza el silencio
al atardecer.
El silencio en todo instante nos es esta relatando la verdad. Nos está contando que hay diferentes expresiones del silencio y que todas estas diferentes formas no admiten comparación entre si ya que cada una de ellas tiene su propio lugar y función. En primer lugar está el silencio mudo. El silencio de la opresión. El grave silencio que nuestro continente tan bien conoce. El silencio fruto de la miseria, de la violencia y de la doble moral. Aquel silencio desesperado que muere entre los labios y el corazón. También existe el silencio inseguro pero alegre. El silencio de quien recién está aprendiendo a llevar las contradicciones que lleva en su interior. De la misma manera existe también el silencio que nos relata que hay una verdad más allá de la tristeza y la felicidad. El eterno mar que con sus aguas llenas de colores y sus olas a la fuga del viento austral no se cansa de morir y de renacer. Y también está el silencio que transciende todas las cosas. El silencio tanto del cielo como del mar, tanto de la luz como de la oscuridad, tanto de la palabra como del callar. El silencio que encontramos cuando dejamos de fragmentar la realidad y vemos las cosas como realmente son.
La realidad sin separación. La realidad sin un antes y después. Aquella realidad que delata toda clase de moral como el vano intento de apoderarse de la verdad y que desenmascara todo intento de convertir las enseñanzas budistas en una ley incuestionable como un intento de justificar la autoridad o de imponer el poder. La realidad del aquí y ahora en la cual todas los seres y cosas están entrelazados entre si, en la que todo tiene su lugar y en la cual todo es incomparablemente e único a la vez. La inmaculada realidad que nos da a entender el verdadero valor de los preceptos en el budismo Zen.
Pues desde el silencio que se encuentra más allá de la división ficticia de la realidad en dos, las enseñanzas budistas no son experimentadas como mandamientos que ciegamente deben ser seguidos, sino que como fieles amigos que nos guían en tiempos en cuales nos encontramos sumergidos en la confusión. Cuando perdidos con nuestra atención en el exterior valorizamos, comparamos y juzgamos sobre algo sin considerar que toda verdad tiene su otra cara también. Algo que vale incluso para los preceptos mismos. Pues „No matar“, „No robar“, „No mantener una sexualidad mala“, „No mentir“ , „No ser avaricioso”, “No criticar”, “No ser avaricioso”, “No enfadarse” o “No calumniar las tres joyas” son preceptos que no tienen ningún valor si no volvemos nosotros mismos, aquí y ahora, con nuestra atención hacia el interior. Un viro de la atención que por otra parte hace que todo precepto automáticamente y naturalmente sea realizado en el mismo instante en cual comenzamos a actuar desde la comprensión de la realidad sin separación. Desde la comprensión de que todo en el exterior tiene su correspondencia en nuestro interior, y que todo en nuestro interior tiene su correspondencia también en el exterior.
Pero el silencio que traspasa cualquier separación no fuese el silencio absoluto si no nos diese a entender que así como la “Forma es el Vacío y el Vacío la Forma”, aun así “La Forma es la Forma y el Vacío es el Vacío” también. Así el silencio que nos da a entender que la forma aunque sea en todo instante el vacío si cuenta. Que nos relata que porque la forma es la forma no hay nada que justifique el matar y que el matar comienza en el mismo instante en el cual a partir de la actividad mental juzgamos o condenamos . Que nos dice que porque la forma es la forma en el mismo momento en el que tomamos algo que no es nuestro nos convertimos en ladrones aunque creamos que lo estamos haciendo por el bien de todos los demás también. Que nos explica que la sexualidad mala es aquella que provoca sufrimiento y dolor. Que nos revela que aunque creamos que es por un bien mayor, cuando mentimos en ese mismo instante nos hemos convertido en un mentiroso más. Que nos confesa que estamos siendo avariciosos cuando no desistimos a querer más y más.
Así el silencio no revela porque los preceptos están al comienzo de la vida budista. Cuando se toma refugio a las tres joyas, a Buda, Dharma y la Comunidad. Pues aunque los preceptos no sean la realidad misma, estos nos ofrecen un mapa que nos guía a través de la conducta recta hacia el cese del sufrimiento, hacia el despertar a la inmaculada realidad.
Un día un monje le preguntó al maestro Gensa Shibi
– No es necesario que me diga nada sobre las tres formas de la vía del Buda ni tampoco sobre las doce escrituras sagradas, pero ¿cuál fue la intención de Bodhidharma al venir de la India para China?
El maestro Gensa Shibi le respondió:
– Las enseñanzas sobre las tres formas de la vía del Buda y sobre las doce escrituras sagradas no tienen ningún valor.
Tal vez comprendiendo que las enseñanzas intelectuales tienen solo determinado valor, el monje quería profundizar su comprensión. Pero el maestro Shibi, le respondió como el silencio suele responder. Incitando a dejar todo concepto atrás para experimentar directamente la realidad.
El mismo silencio que el día 8 de diciembre 2.500 años atrás, condujo a Siddhartha Gautama hasta la iluminación.