KANADAIBA

Una simple aguja
Puede vaciar la totalidad del océano.
Por mas que lo intente, el fiero dragón
difícilmente puede ocultar su cuerpo

El decimoquinto patriarca fue el venerable Kanadaiba. Kanadaiba quería llegar a ser discípulo de Nagarjuna y para ello, solicito su audiencia. Nagarjuna, por su parte, ignoraba que Kanadaiba era un hombre de gran sabiduría, por lo que envío a su asistente a por un cuenco lleno de agua y lo coloco ante el. Entonces fue cuando el venerable Kanadaiba clavo una aguja en el agua y le entrego el cuenco a Nagarjuna. En aquel momento ambos se reconocieron y se dieron cuenta de la afinidad de sus mentes.

Circumstancias:
En cierta ocasión, el venerable Nagarjuna había alcanzado la Vía y se hallaba predicando por el sur de la India. Muchos de sus oyentes solo creían en los bienes del mundo y, por esto después de escuchar le hablar el Dharma, le dijeron:

-No hay nada como los bienes de este mundo. Tu hablas vanamente de algo tan poco productivo como la naturaleza de Budica. ¿Pero quien puede verla?

-Si queréis ver la naturaleza budica debéis renunciar a toda vanidad – replicó Nagarjuna.

-¿Como es la naturaleza budica, grande o pequeña? le preguntaron entonces.

-La naturaleza budica no es grande ni pequeña, no aporta beneficio ni recompensa alguna, no ha nacido nunca y jamás morirá – respondió entonces Nagarjuna.

Cuando la gente se dio cuenta de la superioridad de este principio, cambio por completo su forma de pensar. Entre los presentes se hallaba Kanadaiba, un hombre de gran sabiduría que había ido a escuchar a Nagarjuna y como hemos mencionado en la exposición del caso, ambos descubrieron gratamente sorprendidos la semejanza de su nivel de comprensión. Así Nagarjuna llego a compartir su asiento con Kanadaiba del mismo modo como el Buda lo había hecho con Mahakasyapa en el monte Gridhrakuta. Entonces Nagarjuna empezó a predicar el Dharma y, mientras estaba sentado, se manifestó en forma de una resplandeciente luna llena.

-Este es el venerable mostrándonos la verdadera forma de la naturaleza budica. Cuando pensamos en ella, el samadhi sin forma se nos aparece como una luna llena. Así pues, la naturaleza budica es la claridad y el resplandor del vacío – dijo entonces Kanadaiba.

Cuando acabo de hablar el disco luminoso se desvaneció, Nagarjuna asumió su forma original y compuso el siguiente poema:

El cuerpo revela la redondez de la luna. A través de el se revela el cuerpo de todos los Budas. La enseñanza del Dharma no tiene forma fija. El verdadero efecto esta mas allá del sonido y la forma.

La vida del discípulo esta, en muchos sentidos, fundida con la de su maestro, por esto que no siempre resulta sencillo distinguir entre maestro y discípulo.

Teisho de Keizan Zenji
Esta no es una historia común y corriente. Desde el mismo comienzo, Kanadaiba era uno con la Vía y por esto Nagarjuna no dijo nada y Kanadaiba tampoco escucho una sola palabra de su boca. Es difícil, pues, discernir quien fue el maestro y quien el discípulo. ?Como podríamos distinguir al huésped del anfitrión? A consecuencia de esto, Kanadaiba instauró una tradición que acabo siendo conocida en toda la India con el nombre de la tradición deva. Como dice el proverbio „Recoger nieve en un cuenco de plata y ocultar una grulla en la brillante luz de la luna“. Eso fue precisamente lo que ocurrió cuando Kanadaiba y Nagarjuna se encontraron por vez primera frente a un cuenco repleto de agua. ?Como seria posible afirmar que el agua posee interior o exterior? Puesto que el cuenco estaba lleno, no se había desperdiciado y esta era profunda, transparente, pura y luminosa. Luego, Kanadaiba clavó la aguja en su interior que penetró tanto en lo más elevado como en lo más profundo, y ambos experimentaron la fusíón de sus mentes. Aquí no hay ni absoluto ni relativo. En este punto es difícil distinguir al maestro del discípulo. Pero, por mas que sean parecidos, no son idénticos y, por mas que se entremezclen, no hay en ellos el menor rastro de confusión.

Ese tema fue expresado por vez primera por el arqueo de la ceja y el parpadeo de Shakyamuni, y se vio representado posteriormente por Lin – yun mediante la forma de la flor de durazno y por Hsian-yen a través del sonido que provoca el golpe de un guijarro en un bambú. No existe nada a lo que podamos llamar sonido o forma y, por lo tanto, no hay visión ni sonido que abandonar. Nuestra mente es tan rotunda, tan resplandeciente y tan despojada de forma como la misma transparencia del agua pura. Es como ver la afilada punta de la aguja que, tras penetrar hasta el mismo fondo del principio espiritual, se despliega por doquier impregnándolo todo con su resplandor, como el agua que fluye empapando las montanas es inundando los cielos. También una aguja puede horadar una delgada bolsa y atravesar un grano de mostaza. Además, aunque una aguja puede ser mas dura que el diamante, no deja rastro alguno en el agua.
¿Acaso el aguja y el agua son distintos a nuestro cuerpo y nuestra mente? Cuando nos tragamos completamente la aguja, no queda nada fuera y cuando la cometamos, no es sino agua pura. Así es como se funden el camino del maestro y del discípulo, sin dejar el menor rastro de uno ni del otro. Cuando sus caminos se entremezclan y hay verdadera transparencia, no hay nada que pueda ocultar este reino. Es como una parra rodeada de parras. Nuestra mente, pues, es como una enredadera que trepa por doquier. Sin embargo, aunque podáis comprender el agua pura, debéis llegar a experimentar y aclarar completamente la existencia de la aguja que reposa en el fondo porque , si cometéis el error de tragárosla, acabara clavándose en vuestra garganta.
Pero, por mas que las cosas sean así, no debéis pensar en términos dualistas. Pensad cuidadosamente en esto engulléndolo todo y vomitándolo completamente. Por mas conscientes que seáis de su pureza, de su transparencia y de su poder de impregnación, sois tan sólidos como el diamante, sois inmunes a las tres calamidades (el agua, el fuego y el aire) y permanecéis inmutables a lo largo de los eones cósmicos de formación, continuación, extinción y no existencia.

Segun: Francis Dojun Cook (2006): Denkoroku (Cronicas de la transmisión de la luz) Maestro Keizan. Barcelona.

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