El decimoctavo patriarca fue el venerable Kayashata , asistente del venerable Sogyanandai. En cierta ocasión, Kayashata esta escuchando el sonido que le viento arrancaba de las campanas de bronce del templo cuando el venerable Sogyanandai le preguntó:
-¿Son las campanas las que tañen o acaso es el viento el que lo hace?
– No son las campanas ni tampoco es el viento. Es mi Mente la que suena – respondió Kayashata
-¿Y que es la Mente? – insistió el venerable
– El viento y las campanas en silencio – replicó Kayashata
– ¡Excelente, excelente! ¿Quién si no tú podría ser mi sucesor en la Vía? – concluyó entonces el venerable.
Circunstancias
El maestro había nacido en Magadha y pertenecía a la familia de Udraramaputra. Su padre era “Bóveda Celestial” y su madre “Plenamente Virtuosa”. Cierta vez, su madre soñó con un gran espíritu que sostenía un espejo redondo y, después de ese sueño, quedo embarazada. A los siete días nació Kayashata, cuyo cuerpo reblandecía como el lapislázuli y aunque no se le lavo, permaneció naturalmente limpio y perfumado. Después de nacer apareció un espejo redondo que seguía al maestro por doquier. Al niño le gustaban los lugares tranquilos y no se preocupaba por los asuntos mundanos. El espejo redondo permanecía frente a su rostro cuando estaba sentado y en el se reflejaban todas las cuestiones relativas a los budas. Era más brillante que la misma mente iluminada por la enseñanza sagrada. El espejo seguía a Kayashata dondequiera que fuese y en el se reflejaba la forma del muchacho. Así pues, caminara o permaneciese sentado, el espejo siempre se hallaba junto a el y, cuando se acostaba, se mantenía sobre su cama como si se tratara de un dosel celestial.
En cierta ocasión, Sogyanandai estaba viajando y predicando la enseñanza cuando recaló en Magadha. De repente se levantó un viento que refrescó amablemente el cuerpo y la mente de los presentes. Nadie entendía lo que estaba ocurriendo y el venerable Sogyanandai dijo entonces: “Este es el viento de la virtud de la Vía. Un sabio acaba de renunciar al mundo y quiere consagrarse a perpetuar la luz de los patriarcas”. Luego utilizó sus poderes espirituales para reunir a la asamblea de monjes y llevarla volando por encima de valles y montañas. Al cabo de un rato se posaron en la falda de una montaña y Sogyanandai dijo: “En la cima de esta montaña hay una nube púrpura, como una cúpula, bajo la cual vive un sabio”. Subieron entonces a lo alto de la montaña hasta llegar a una choza de la que salió un joven escoltado por un espejo redondo que se aproximó al venerable.
– ¿Qué edad tienes? Le preguntó el venerable
– Cien años – respondió el joven.
– ¿Pareces muy joven. Cómo puedes tener cien años de edad? – insistió Sogyanandai
– Ignoro la razón. Solo sé que tengo cien años – replicó Kayashata
-¿Eres acaso un buda? – preguntó nuevamente el venerable.
– El Buda dijo que es mejor vivir un solo día comprendiendo la actividad de los budas que vivir cien años ignorándola – contestó Kayashata.
– ¿Qué es lo que sostienes en la mano? – preguntó entonces el venerable, al lo cual el joven replicó:
El gran espejo redondo de todos los budas,
Un espejo inmaculado tanto por dentro como por fuera.
Todos pueden verlo por igual
Porque el ojo de sus mentes es idéntico.
Cuando sus padres escucharon eso le dejaron partir y entonces el maestro renunció al hogar. Luego el venerable le acompañó a su lugar de procedencia y, cuando acabó de hacerle entrega de todos los preceptos, le impuso el nombre de Kayashata.
En cierta ocasión, Kayashata escuchó el sonido que el viento arrancaba de las campanas del monasterio y, tras el episodio que hemos relatado en la exposición del caso, Sogyanandai acabó transmitiéndole el Tesoro del Dharma. Luego se convirtió en el decimoctavo patriarca. Cuando finalmente el joven abandonó su hogar, el espejo redondo se desvaneció súbitamente.
Teisho
Al igual que ocurre con ese espejo redondo inmaculado por dentro y por fuera, el ojo de nuestra mente es idéntico en todos nosotros. Desde el mismo momento en que nació, le joven Kayashata siempre se había mostrado interesado por las cuestiones relativas a los budas, sin dejarse atrapar por los asuntos mundanos. En el espejo resplandeciente podía ver cosas relativas a los budas del pasado y del presente. Pero aunque supiera que el ojo de la mente es igual en todos nosotros, todavía no comprendía, sin embargo, la actividad de los budas. Es por esto por lo que dijo que tenia cien años de edad, porque, para quien llega a entender –aunque sea un solo día – la actividad de los budas, cien años e innumerables vidas son lo mismo.
Apenas lo comprendió, el joven renuncio a su espejo. Comprender este punto no es tarea ni sencilla ni rápida. ¿Pero que es lo que pude faltar cuando uno llega finalmente a comprender el gran espejo redondo de todos los budas? Esta no es todavía la verdad definitiva. ¿Qué significa que “todos puedan verlo”? ¿Qué “es inmaculado por dentro y por fuera”? ¿”A que “manchas” se refiere? ¿Cuál es “el ojo de la mente” y que es eso que es “idéntico” en todos? ¿No perdió acaso también Kayashata , cuando renuncio al espejo redondo, su piel y su carne? Aunque percibiera la ausencia de diferencia de los ojos de la mente y se diera cuenta de que todos son idénticos, no había aclarado por completo su Yo y su visión, por tanto, todavía era dualista.
Tened, pues, cuidado, de no caer en el dominio de la forma. Prestad atención, desembarazaos prontamente de toda idea sobre las consecuencias karmicas que determinan vuestro cuerpo y vuestro entorno, y entonces acabareis comprendiendo la inasibilidad del Yo. Si no llegais a penetrar en este domino no sereis sino seres sensibles sujetos, por tanto, a las consecuencias karmicas e incapaces de entender la actividad de los budas. Es por esto por lo que Kayashata se arrepintió, renuncio a su hogar y recibió todos los preceptos. Más tarde permaneció durante muchos años sirviendo a Sogyanandai.
En cierta ocasión, Kayashata escuchó el sonido que viento arrancaba de las campanas de bronce del templo y, cuando el venerable Sogyanandai le preguntó: “?Son las campanas las que tañen o acaso el viento el que lo hace?” tuvo lugar el episodio que hemos relatado en el apartado anterior.
Debemos interpretar cuidadosamente esta historia porque aunque el venerable Sogyanandai no viera campanas ni percibiese viento alguno, todavía trataba de mostrar lo que es la Mente. Es por esto por lo que preguntó: “¿Son las campanas las que tañen o es acaso el viento el que lo hace?”
¿Qué es la Mente? Es imposible entender esta cuestión mediante las campanas del viento. Estas no eran campanas ordinarias, sino el tipo del campanas – llamadas reitaku – que, aquellos tiempos, se colocaban en las esquinas de los pasillos en las torres y en otros lugares de los templos de Nara y que servían para distinguirlos del resto de las casa del pueblo. Al comienzo de la época en la que la capital se traslado a Kyoto (en 797), las campanas seguían colgadas de los templos, pero esa es una tradición que hoy en día ha caído ya en el olvido. En la India sin embargo, este tipo de campanas cumplía con una función concreta. Este koan tuvo lugar cuando sonaban las campanas de viento. El maestro replico diciendo: “No son las campanas ni tampoco es el viento, sino que es mi Mente la que tañe”. Desde la época de Kayashata hasta el sexto patriarca Zen chino, Hui-neng, ha pasado mucho tiempo y, sin embargo, Hui-Neng dijo: “El viento no se mueve, la bandera no se mueve, es tu Mente la que lo hace”. Cuando entréis completamente en este dominio no estableceréis diferencia alguna entre los tres tiempos. Entonces existirá una continuidad absoluta entre la realización del pasado y la del presente, vuestra visión ordinaria dejará de establecer discriminaciones y comprenderéis por vez primera que “no es el viento el que se tañe ni tampoco son las campanas las que lo hacen”. Para saber lo que es esa Mente deberéis llegar al comprender que “es mi Mente la que tañe”. La forma de este tañido se eleva por encima de las montañas mas elevadas y desciende hasta el mismo fondo del océano. El frondoso florecimiento de los árboles y de la hierba y la luminosidad de vuestros ojos son aspectos diferentes del tañido de la misma Mente. No creáis, por tanto, que hay sonido alguno, porque todo sonido es el tañido de la Mente. No hay momento alguno en que la Mente no esté tañendo. Pero no hay eco ni sonido alguno que pueda escucharse con los oídos porque el oído también tañe y, al mismo tiempo, permanece en silencio.
Cuando miréis axial no veréis ninguna de la miríada de las cosas. Las montañas carecen de forma, el océano carece de forma y no existe cosa alguna que posea forma. Es como estar soñando en un barco que navega por el océano, hendir las olas con el remo y descubrir la resistencia que ofrecen. Sin embargo, no hay bote en el que desplazarse ni profundidad alguna en la que hundirse. ¿Cómo podría haber montañas ni océanos? ¿Quién puede estar flotando en el bote? Así son las cosas. Aunque existan ojos, no hay sonido alguno y, aunque existan oídos, no hay visión. Tampoco debéis decir que los seis sentidos se asientan en uno. Debéis abandonar toda identificación con los seis sentidos, porque los sentidos permanecen en silencio. No hay seis sentidos que apresar ni seis objetos que abandonar. Los seis sentidos y sus objetos se abandonan juntos y la Mente y sus objetos se olvidan al mismo tiempo. Si observáis atentamente, no existen sentidos, objetos ni Mente que deban ser abandonados y olvidados. De hecho, permanecer en silencio no es cuestión de hacer esto o lo contrario, del hacer algo interno o algo externo.
Cuando alcancéis este dominio, recibiréis y conservareis el Tesoro del Dharma de todos los budas y alcanzareis también el mismo rango que los patriarcas del Buda. Pero poco importa, si no alcanzáis este dominio, que comprendáis que las diez mil cosas no están confundidas porque, en tal caso, seguiréis diferenciando entre el yo y los demás, y acabareis separando una cosa de otra. ¿Y como podréis, si establecéis distinciones, llegar a fundiros con los patriarcas del Buda? Esto es como establecer limites en el cielo. ¿Acaso creéis que es posible poner puertas en el cielo? Sois vosotros mismos quienes erigís los obstáculos. ¿Dónde están, cuando se anulan todas las fronteras, el interior y el exterior? ¿Dónde acaba, cuando alcanzáis ese reino, el Viejo Maestro Shakyamuni, y donde empezáis vosotros? Todos somos la Mente Única y no hay distinción alguna entre los rostros del Buda y las formas ordinarias. En este mismo instante os transformareis en patriarcas del Buda al igual que el agua deviene ola. Por más olas que lo surquen, el caudal del océano no aumenta ni mengua. Permaneced, pues, atentos, hasta llegar a alcanzar este dominio.
Independientemente de los eones pasados en que hayáis erigido fronteras y con independencia también de los eones futuros en que sigáis erigiéndolas y fragmentando el tiempo en pasado, presente y futuro, solo existe, Eón tras Eón, la Mente Única. Para entender esta naturaleza intrínseca y resplandeciente no debéis atribularos a poseer un cuerpo ni por establecer distinciones entre el movimiento o la quietud. Este dominio no puede ser conocido mediante el cuerpo o la mente, ni puede ser distinguido mediante el movimiento o la quietud. Observad cuidadosamente y poned fin a vuestra propia confusión y entonces seréis capaces de experimentar esto por vez primera. Si no llegáis a aclararlo os veréis obligados a arrastrar inútilmente el fardo del cuerpo y de la mente durante las veinticuatro horas del día y, como ocurre cuando lleváis una pesada carga sobre vuestra espalda, el cuerpo y la mente jamás llegaran a descansar. Sin embargo, cuando abandonéis el cuerpo y la mente, vuestra mente quedará vacía y silenciosa y podréis gozar de una vida mas sosegada. Si no lo hacéis y seguís incapaces de aclarar el tañido de la Mente del que nos habla esta historia, no entenderéis la aparición de todos los budas ni la iluminación de todos los seres
Poema
Tengo unas sencillas palabras para expresar el tañido de la Mente: ¿Queréis escucharlas?
Silenciosa y tranquila, la Mente tañe
Y resuena de diez mil formas diferentes:
Sogyanandai, Kayashata, el viento y las campanas.