El decimosexto patriarca fue el venerable Ragorata, asistente de Kanadaiba, que experimentó el despertar cuando le escuchó hablar sobre causas kármicas procedentes de vidas anteriores.
Circunstancias
El maestro era de Kapila. Debido a las causas establecidas en vidas anteriores, el venerable Kanadaiba estaba realizando una gira de enseñanza después de experimentar el despertar cuando llegó a Kapila. Uno de los cabezas de familia de este poblado se llamaba Brahamasuddhaguna. Cierto día algo parecido a una gran oreja brotó en un árbol de su jardín. Se trataba de un hongo cuyo aroma era exquisito. Entonces, Brahamasuddhaguna y su hijo, Ragorata, que eran los únicos de la familia que podían verlo, probaron el hongo pero, por mas pedazos que cortaban, volvía nuevamente a crecer y cuando lo arrancaban crecía nuevamente. En aquella época el venerable Kanadaiba, versado en todo lo referente a causas y vidas anteriores, acertó a pasar por su casa y Brahamasuddhaguna le preguntó sobre el origen del hongo. El venerable respondió: “hace ya mucho tiempo, un monje pidió limosna a tu familia. El monje, sin embargo, todavía no había abierto completamente el ojo de la Vía y despilfarró en vano la limosna que le entregaron los fieles. De este modo, cuando murió se convirtió en un hongo para recompensaros. Tu y tu hijo sois los únicos que podéis disgustarlo.
– ¿Que edad tienes? – le preguntó luego Kanadaiba al cabeza de familia.
– Setenta y nueve años – respondió Brahamasuddhaguna.
Entonces el venerable compuso el siguiente poema:
Un monje emprendió la Vía
Pero no logró alcanzar la verdad.
Luego su cuerpo se trasformó
En alimento para los fieles.
Cuando tengas ochenta y un años de edad
El hongo dejará de crecer.
El dueño de la casa escuchó estas palabras con admiración y respeto. Luego dijo:
– Soy viejo y débil y no puedo ser tu discípulo, pero te prometo que mi segundo hijo se convertirá en monje y te seguirá.
– Hace ya mucho tiempo que el Thathagata predijo que tu hijo Ragorata llegaría a ser un gran maestro durante los segundos quinientos años del Dharma – respondió el venerable -. Nuestro encuentro ha sido el fruto de causas procedentes de vidas anteriores. Luego Kanadaiba afeitó a Ragurata, quien termino convirtiéndose en el decimosexto patriarca.
Teisho
Hay muchos estudiosos de la Vía, tanto del pasado como del presente, que consideran que esta historia nos advierte del peligro que supone ingresar en la corriente pura del monacato sin modestia ni conciencia alguna y aceptar sin comprensión ni discriminación las limosnas que ofrecen los fieles. Estos monjes deberían estar completamente avergonzados. Cuando un monje renuncia a su hogar y entra en la Vía, su morada ya no le pertenece, tampoco es suyo el alimento que se lleva a la boca ni el ropaje que le cubre y ni siquiera puede usar en beneficio propio una gota de agua ni una brizna de hierba. El hecho es que todos somos hijos de la tierra, de esta tierra en la que no existe nada que no pertenezca al emperador. Y lo que es más, si permanecéis en vuestro hogar debéis servir a vuestros padres y si decidís servir a la nación debéis someteros al soberano. En tal caso, los cielos y la tierra os protegerán y recibiréis naturalmente las bendiciones del yin y del yang. Sin embargo, si declaráis sin reflexión alguna que, para buscar el Dharma del Buda, hay que dejar de servir a los padres y al soberano ¿cómo podréis compensar la bondad de vuestros padres, que os han dado la vida y os han alimentado y como podreis corresponder a la amabilidad del emperador, que nos permite utilizar la tierra y el agua? Entrar en la Vía y carecer del ojo de la Vía no es más que una forma de traición.
Según se dice, “cuando abandono los sentimientos mundanos y entro en lo incondicionado, renuncio al triple mundo”. De hecho, una vez que abandonáis vuestro hogar, dejáis de rendir veneración a vuestros padres y al emperador. Vuestra apariencia ha cambiado, os convertís en hijos del Buda y vuestro cuerpo toma refugio en la corriente pura de los monjes. Y, en tal caso, la limosna de lustra esposa e hijo no se diferencia de la que pudiera ofreceros cualquier otro creyente. Es por esto por lo que alguien dijo hace ya tiempo: “Si no has aclarado el ojo del Dharma, es difícil engullir un simple grano de arroz pero, una vez que tu ojo se ha clarificado, hasta el cielo se convierte en un cuenco y el mismo monte Sumeru se transforma en arroz, pudiendo alimentarte noche y día de el sin cometer falta alguna al aceptar la limosna que ofrezcan los fieles”.
Independientemente de la claridad de vuestro ojo del Dharma, si pensáis convertiros en monje y aceptar irreflexivamente las ofrendas de los fieles, cuando las limosnas sean escasas, las buscareis de manera inadecuada. No olvides que, en le momento en que renunciáis a la familia y abandonáis vuestro lugar de nacimiento, debéis vagabundear sin un grano de arroz que llevaros a la boca y sin harapo alguno con que cubriros. Debéis consagrar vuestro cuerpo a la búsqueda del ojo del Dharma y entregar vuestra vida por el. ¿Cómo podríais despertar la aspiración a la iluminación si vuestra única preocupación girase en torno a la fama, la fortuna, el alimento o la ropa? Carece, pues, de todo sentido preguntar a los demás. Aprestaos a mantener simplemente despierta la aspiración a la iluminación. Se ha dicho que “es más difícil ser cuidadoso al final que al comienzo” ¿pero quien no acabará convirtiéndose en un hombre del camino si mantiene vivo el espíritu de ese primer pensamiento?
Es por esto por lo que, aunque podáis parecer verdaderos monjes mendicantes, si os olvidáis de esa primera intención acabáis convirtiéndoos en traidores. El monje del que habla el caso que nos ocupa aun no había aclarado completamente su ojo del Dharma pero, como recompensa por su diligencia en la práctica religiosa, acabó convirtiéndose en un hongo. En la actualidad, cuando ese tipo de monjes muere, Yama es incapaz de perdonarles. En tal caso, las gachas de arroz se transforman en una bola de hierro fundido que, al ser engullida, inflama y enrojece sus cuerpos. El maestro zen Yün-feng Wen-yüeh dijo: “¿Acaso no lo veis? Un patriarca dijo que si entras en la Vía y no alcanzas la verdad, en la próxima vida te convertirás en limosna para los fieles”. Esto es así y no hay la menor duda al respecto. No malgastéis, por tanto, vuestro tiempo en vano, monjes, pues el tiempo no espera a nadie. No esperéis morir para encontraros; la luz de los ojos se escapa en un segundo. Si no abandonáis el campo del monacato sufriréis muchas penalidades atados a la argolla de las montañas de hierro. No digáis luego que no os lo advertí. Monjes, habéis sido afortunados al tropezar con la verdadera rueda del Dharma del Tathagata, una cosa tan difícil como encontrar un tigre en plena ciudad y tan insólito como el florecimiento de una árbol de udumbara. Sed, pues, cautos, practicad diligentemente y aclarad el ojo de vuestro Dharma.
¿No lo veis? No creáis que esta historia de antiguos monjes versa sobre seres sensibles o sobre seres insensibles, ni tampoco penséis que el entorno que os rodea o que vuestro cuerpo sea fruto de vuestro karma. El que fuera monje en una vida anterior acaba convirtiéndose en hongo en la vida presente pero, cuando se convierte en hongo ignora que “había sido monje”, del mismo modo que, cuando era monje, tampoco sabía que “se convertiría en una de la diez mil cosas”. Aunque ahora seáis, pues, seres sensibles, poseáis alguna conciencia y podáis discriminar entre el dolor y las cosquillas, no sois muy diferente de un hongo. ¿Por qué? ¿Acaso hay ignorancia mayor que no saber que el hongo sois vosotros y que so convertiréis en hongo? ¿Por qué creéis que los seres sensibles son diferente de los no sensibles y que los dos tipos de consecuencias karmicas que hemos mencionado anteriormente constituyen cosas separadas? ¿A que llamáis “sensible” o “insensible” si no habéis llegado a aclarar vuestro yo? El verdadero Yo no está en el pasado, en el presente ni en el futuro, tampoco reside en los seis órganos sensoriales, en los seis objetos sensoriales ni en las seis conciencias sensoriales; no está separado de la iluminación ni es ajeno a la ilusión, y tampoco es el fruto del esfuerzo individual ni del esfuerzo ajeno. Debéis practicar muy cuidadosamente y abandonar vuestro cuerpo y vuestra mente.
No os enorgullezcáis en vano por asumir la apariencia de los monjes ni tampoco os engañéis por el hecho de haber renunciado a vuestro hogar. Podéis haber escapado de las calamidades del agua, pero todavía debéis enfrentaros al fuego. Por mas que hayáis abandonado las preocupaciones mundanas y moréis en el Buda, no resulta fácil escapar de la acción del karma. ¿Que decir entonces de las personas ordinarias, que persiguen las cosas y son engañados por los demás y que, como las telarañas y el polvo, se ven arrastrados de un lado a otro por el viento, atravesando plazas y campos sin llegar a apoyar nunca los pies en el suelo? ¡Así es la mente de quien está alejado de la autentica morada! Esas personas no solo se equivocan en esta vida, sino que se ven obligadas a transmigrar en vano vida tras vida. ¿Todavía no os dais cuenta de que, desde la más remota antigüedad, nadie ha estado equivocado ni nadie ha estado separado un solo ápice de su verdadero Yo? Mientras ignoréis esto seréis como los pelos y como el polvo. ¿Cuándo, si no hoy, esperáis poner fin a vuestra ignorancia?
Poema
¿Querríais escuchar ahora unas sencillas palabras sobre esta historia?
¡Qué lastima que su ojo del Dharma
no estuviera limpio!
Poco importa, si seguís engañados sobre el Yo,
Que os esforcéis en saldar vuestras deudas,
Porque jamás llegareis a romper la cadena del karma.