Dulces al aire,
Niños esperando ya.
Pleno bienestar.
No lo se, pero tengo que confesar que muchas veces que escucho hablar del progreso y el crecimiento económico se me eriza la piel. Estos términos ya casi automáticamente invocan un sentimiento de rechazo en mi interior. Me pregunto porque será. ¿Será que sufro del lujo de padecer del síndrome de Burnout? No. Seguro que no es así. Es algo diferente lo que creo percibir ya que claramente distingo que el crecimiento económico y el progreso no han solventado el problema de la desigualdad social y quizás jamás lo harán pero que igualmente nos han traído avances innegables en cuanto a la salud, los bienes materiales y la educación. Lo que se ha de valorar si lo vemos en relación a tantos otros sitios del planeta azul o si consideramos que con la educación tenemos un bien al alcance que en el mejor de los casos puede enseñarnos a emanciparnos del dualismo de cual nace el miedo y la insatisfacción. Ósea que no, no es una depresión lo que siento al escuchar hablar del progreso y los avances de la sociedad. Pero si no es un trastorno de emociones estresantes ¿que será?. Me sigo cuestionando y comprendo que tal vez sea que mi rechazo a estos términos surja porque les veo en oposición a expresiones que si he aprendido a valorar. Términos como “espiritualidad” o “religión”.
Me inmerso en el progreso permitiendo que el termino se pasee con toda tranquilidad en el patio de mi interior. Lo atrapo, lo preparo, me lo hecho a la boca y me lo como. Lo degusto con todo el paladar y noto que hay algo que me hace imposible digerirle bien. Aun así, a pesar del rechazo le sigo saboreando y tras algunos instantes ya se cual es el ingrediente que le falta para poder digerirle bien: La sintonía. Esta maravillosa facultad que todos tenemos de sentir o percibir lo que la otra persona siente en una determinada situación. Un sentimiento que me hace dar varios pasos adelante a la vez, ya que me doy cuenta que si le agregásemos este tipo de sintonía al progreso o al crecimiento económico seguro que nada sería igual. Con toda naturalidad pondríamos en práctica en todos los ámbitos de nuestro quehacer social aquello que hoy en la teoría le llamamos sustentabilidad. Tanto en cuanto a las generaciones de futuro como en cuanto a las otras especies con las que nos ha tocado convivir. Automáticamente la economía tomaría en cuenta la necesidades tanto del inversionista como las del trabajador. Y no solo aquí donde nos va bien, sino vigilaría también por los intereses de todos aquellos que en lugares menos privilegiados del mundo compiten por una vida mejor. Y es que eso significa de verdad ponerse en la piel de la otra persona: sobrepasar nuestros limites en toda dirección. De esta manera casi de forma natural nos acercaríamos a lo que es la paz, ya que donde hay justicia social es mucho más difícil que brote la intolerancia y la violencia, algo que casi no requiere explicación. Y la sintonía por supuesto que revolucionaría también todos nuestros conceptos sobre lo que habitualmente entendemos bajo educación pues al valor del conocimiento acumulado seguramente antepondríamos el de la experiencia real. Ósea que los efectos de la sintonía empatica en la sociedad no se quedarían solo en lo que es nuestra vida social. No tendría solo un impacto en lo exterior sino que también provocaría cambios radicales en nuestro interior. Nos impediría por ejemplo a caer en la trampa del racismo y la discriminación. Sea de genero, étnico, social o de religión porque al ver con los ojos de los otros veríamos que lo que a ellos les conmueve es absolutamente idéntico a aquello que nos conmueve a nosotros también. Visto desde adentro los ojos del otro ven lo mismo que vemos nosotros también. Y así hay algo más y muy importante que haría cambiar la empatía en nuestra actitud: el miedo. Al ver con los ojos de los otros, al ver el mundo como ellos lo ven, sabríamos perfectamente como actuar en caso de tener que enfrentarnos a la mentira o la calumnia o a la agresión. Sabríamos que hemos de tomar toda la responsabilidad simplemente por que no hay nadie que no fuese el yo. Un entendimiento que nos permitiría identificar todas esas formas de pensar
y de actuar que nos impiden tomar esta responsabilidad. En realidad un verdadero tesoro ya que el conocimiento de nuestras sombras significa tener en nuestras propias manos la llave de la paz emocional. Quizás, posiblemente de esta manera por fin entenderíamos que la paz, tanto interior como exterior, no es un estado de pasividad sino que uno de plena atención. Si alguien o algo nos priva de derechos elementales tenemos siempre varias posibilidades. Podemos decirnos “soy una isla para mi y tomo refugio en mi mismo y en nadas más” lo que quedaría por comprobar. Podemos decir que es la culpa de alguien en el exterior como lo hace en ultimo tiempo la prensa que cada vez mas frecuente se lamenta porque los políticos la pasan a llevar dirigiéndose directamente al publico y sin preguntar. O también podemos tomar en nuestras manos nuestro karma y actuar de acuerdo a nuestras convicciones. Y quizás sea este el punto en el que lleguemos a entender que es de verdad la dualidad. La dualidad en el budismo es la separación. La separación entre la acción y la intención, entre aquí y allí, entre ahora y después, entre yo y los demás, entre el sujeto y el objeto y por ende también entre el cuerpo y la mente. Este si que es un punto crucial. Me pregunto si no es justo aquí donde hemos perdido de vista la empatía a la hora de progresar. Mirando hacia atrás llego hasta los fundamentos de la sociedad moderna, hasta Platón y asumo que para este padre de la filosofía contemporánea el cuerpo era la cárcel del alma. Justificada la separación ¿a quien más le extraña que al seguir evolucionando hayamos perdido de vista la empatía y la comprensión por los demás?
No lo se, pero muchas veces cuando escucho palabras como crecimiento económico, desarrollo y progreso se me sigue erizando la piel. Aun así he aprendido a convivir con ellos y ya no les veo en oposición a lo que pienso que es una autentica vida espiritual. Más bien he aprendido a verles como una posibilidad. La oportunidad que ofrece todo fenómeno al observar el contexto del cual surge y hacia donde va. Al llegar hasta la esencia misma de las cosas es imposible que no surja naturalmente la sintonía y con ella la comprensión. Aquel sentimiento/convicción de cual tanto requiere nuestra sociedad actual y a la cual en el budismo Zen en realidad llamamos compasión. Ósea que no, no es ni Burnout, ni aversión ni anarquía ni rebeldía. Es solo una gota de empatía. Es solo un brote de compasión. Por mi, por los demás, por nosotros. Nada más.