Fluye sin cesar,
A los pies de un volcán,
Un eterno río.
Las ocho verdades de una gran persona, son el cimiento del Nirvana y la más directa expresión del despertar. “El tener pocos deseos” , “El saber conformarse”, “El saber disfrutar del silencio”, “La diligencia”, “La conciencia plena”, “El equilibrio”, “La práctica de la sabiduría” así como “El no diferenciar” son enseñanzas que a medida que vamos profundizando más y más nos van dando a comprender que en realidad cada una de estas ocho virtudes representan un aspecto diferente de las otras verdades también. Que nos revela que la diligencia en la práctica requiere silencio. Que el verdadero silencio esta en nuestro interior. Que para vivenciar este silencio interior es necesario saber conformarse manteniendo una cierta distancia en cuanto a los deseos. Que la diligencia en la práctica es lo que nos conduce a la plena presencia y que esta se establece a través del equilibrio. Que el equilibrio es lo que hace posible que la gran sabiduría se pueda manifestar y que esta se manifiesta al vivir sin diferenciar.
Ocho verdades entrelazadas entre si que multiplican el enfoque que se les puede dar y que sobretodo nos devuelven una y otra vez a los fundamentos de nuestra práctica del Zen. Que nos hacen retornar ahí donde todo comenzó. A la postura. A la respiración. A la mente en el aquí y ahora. Al balance del cuerpo y la mente en unión, donde el niño que todos llevamos en nuestro interior todavía no a perdido su innata sabiduría, su intuición. La voz interna que desde adentro, desde el equilibrio con nuestro alrededor nos va enseñando a movernos en sintonía con cada instante. Que ve, comprende y siente todo más allá del pensamiento y en su contexto natural, libre de fragmentación. Que vuelve a hacer del Dharma lo que verdaderamente es. Un eterno río sin principio y sin fin que nunca acaba de fluir. Que revitaliza nuestra práctica con su agua fresca por una parte y que por otro lado nos libera de la mascarada del dogma y la manipulación que hasta entonces nos estaba robando nuestra energía vital. La farsa que siempre se manifestará en cuanto exista la dualidad y que queda en evidencia cuando alguien intenta apropiarse de la verdad. Por ejemplo declarando lo que el budismo es o lo que el budismo no es. Pues a partir de la unión del cuerpo y el espíritu, a partir del equilibrio, ¿Quien podría decir lo que es el Dharma? ¿Quien podría darle un nombre a la realidad o a la verdad cuando esta cambia de instante a instante y es solo valida aquí en este lugar? Preguntas que casi nos fuerzan a ir allá. Que por una parte nos revelan que lo único que no puede ser verdad, es sostener saber que es la verdad y que por otra parte nos dan una pista sobre lo que tal vez podría ser. Que no solo cuestionan la verdad como un objeto separado de nosotros sino que más bien nos confrontan directamente a nosotros con nosotros mismos, conduciéndonos hasta la pregunta ¿quién o que es esto a lo que en nuestra conciencia llamamos “yo”?
Un punto muy importante en la práctica budista que permite ir más allá. Que nos demuestra que si vemos el Budismo en competición o en relación con otras creencias es solo porque aun no hemos comprendido que estamos sosteniendo una imagen mas de lo que el budismo debiese ser. Un concepto parecido a aquel que tan frecuentemente podemos observar cuando nos referimos a nosotros mismos, al yo. Algo que nos lleva a concluir que existe un mecanismo en nuestra manera de pensar que nos hace percibir la realidad de una manera determinada. Que demuestra la existencia de un condicionamiento en nuestra manera de percibir la realidad que nos lleva a interpretar la realidad de manera condicionada. La percepción de la realidad y su interpretación, los cinco Skandas que se mencionan ya en la primera frase del Sutra del corazón.
Llegando a este punto tal vez resulte más comprensible porque las enseñanzas de Buda Shakyamuni no estén dirigidas hacia el exterior. Una orientación de la atencion que explica tantas facetas del budismo más. Entre otras porque Buda nunca negó la existencia de un ser creador, porque jamás se pronuncio sobre la reencarnación, porque sus sermones no pueden ser comprendidos como una llamada de atención de índole moral y porque el Buda nunca declaró que la felicidad fuese la ultima etapa en la realización espiritual. Pues visto desde el interior, desde el aquí y ahora, lo que vendrá no ha acontecido aun, a la realidad no se le puede dar nombre porque si se pudiese ya no sería la realidad, la moral fragmenta la realidad aun más, y la felicidad….. La felicidad se convertiría en un objetivo y por eso en un impedimento más.
Reflexiones que una vez más nos hacen comprender porque las ocho verdades de una persona de gran virtud son el cimiento mismo del Nirvana. Que nos permiten ser principiantes otra vez por que nos devuelven a la esencia de la práctica de zazen. Ese continuo volver una y otra vez a la realidad. Hasta ahí donde no hay ignorancia ni extinción de la ignorancia. Donde no hay ni vejez y muerte, ni extinción de la vejez y de la muerte. Donde ni el sufrimiento ni la causa del sufrimiento existen. Donde no hay nada que alcanzar ni nada que obtener. Donde la mente se mantiene libre de obstáculos y el miedo puede dejar de existir. La Gran Sabiduría a través de la cual todos los budas de los tres tiempos han obtenido el perfecto, completo e insuperable despertar.
Nota: Informaciones sobre la jornada de Zazen en Santiago se encuentra en la sección noticias de este blog o aquí.
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