Las tres piedras,
Y el solo sentarse,
La misma verdad.
Ni el silencio puede tocar la verdad. Aquella verdad que está más allá del ruido de la actividad mental. Más allá de la división entre el interior y el exterior. La verdad que no tiene precio. Que es impagable al estar más allá de cualquier interés, más allá de cualquier ideología, incluso más allá de la felicidad. La verdad tan indomable como el viento austral, como un rayo de sol matinal, o como el vital y constante palpito de nuestro propio corazón. La verdad ligada a las circunstancias concretas de este momento, siempre cambiando de acuerdo a como se manifiesta la realidad y en constante proceso de transformación. La verdad que se expresa con la abertura total, con la comunicación incondicional, entre el cuerpo y el espíritu, entre nosotros y todo a nuestro alrededor.
La verdad que como un espejo implacable resalta cualquier contradicción que llevamos en nuestro interior. Contradicciones como aquella que nos intenta hacer creer que en el budismo existe entidad alguna que tenga la autoridad de reemplazar nuestra autonomía o nuestra libertad. Como aquella que nos inculca que los preceptos en el Zen son leyes a cumplir. Como aquella que nos hace creer que a través de la meditación nos podemos convertir en alguien mejor. Como aquella paradoja que nos inculca que el pasado o la memoria no existen en el Zen, o como aquella incoherencia que nos dice que la paz interior es un estado de pasividad. Contradicciones que por otra parte nutren nuestra práctica del Zen ya que nos dan a entender una verdad que todo maestro jamás a dejado de transmitir. El hecho que el maestro está en la actividad misma de Zazen. Algo que se ve confirmado cuando ante la confusión continuamos perseverando en nuestra actividad de introducir la atención hacia el interior.
Y es que es Zazen lo que nos va demostrando que si pensamos que los preceptos son mandamientos a cumplir, que si pensamos que los preceptos budistas son más que una guía, en realidad es porque aun nos estamos aferrando a la creencia en una entidad independiente. De la misma manera es Zazen la práctica que nos expone con claridad que si pensamos que existe algo que pueda ser obtenido o ganado a través de la meditación, que si pensamos que nos podemos convertir en una persona mejor a través del Zen, es porque hay algo en nuestra conciencia que divide entre este instante y otro mejor y que justamente esta división es lo que nos impide ver con claridad que la naturaleza original desde el principio sin fin, siempre a estado presente y siempre lo estará. De la misma manera es Zazen la actividad que nos conduce hasta la comprensión de que si pensamos que la memoria es solo una ilusión es porque aun no hemos comprendido que nuestra práctica en realidad consiste en volver una y otra vez a la realidad. En regresar una y otra vez a la realidad de este instante soltando nuestros recuerdos y nuestras esperanzas y con ellos la actividad mental. En actualizar nuestra comprensión de que en todo instante somos nuestra naturaleza original. La naturaleza de buda que fluye con la corriente de causa y condición. Aquel movimiento universal que nos demuestra que si nos encontramos aquí y ahora siendo lo que somos es porque todo ocurrió como ocurrió. Que si la humanidad ha dado pasos adelante en cuanto a los logros sociales, como el derecho a expresar libremente la opinión, como el derecho a una educación de calidad, o como el derecho a vivir una vida libre de violencia y de opresión, estos mismos logros requieren aquí y ahora nuestro permanente cuidado y atención. Así nace desde el pasado en este instante el futuro. Conscientes en todo instante de donde venimos, quienes somos y del porque debemos practicar activamente la atención si queremos influir activamente sobre nuestro porvenir. Y también es Zazen aquello que nos demuestra que la paz interior implica todo menos pasividad. Pues desde la verdad en la que diluye la diferencia entre lo exterior y lo interior, claramente vemos que la paz interior vista separada de lo que ocurre en el exterior no es otra cosa que una ilusión más.
El Shiguseiganmon – los cuatro grandes votos del Boddhisatva, Sutra esencial en la práctica del Soto Zen dice:
Por numerosos que sean los seres sensibles
hago el voto de salvarlos a todos.
Por numerosas que sean las ilusiones,
hago el voto de transcenderlas todas.
Por numerosos que sean los dharmas,
hago el voto de adquirirlos todos.
Por perfecta que sea la Vía del Buda,
hago el voto de realizarla.
Ósea que por numerosos que sean los seres sensibles, aunque las contradicciones sean innumerables, por incontables que sean los dharmas y por perfecta que sea la Vía del Buda, aun así hacemos el voto de transcender toda verdad. Algo que procuramos volviendo una y otra vez a la actividad esencial de Zazen. Volviendo con la atención al cuerpo y a la respiración. Hasta que el silencioso ruido en nuestras cabezas se vuelve a calmar, hasta que el silencio más allá de la dualidad se vuelve a manifestar, hasta que la sabiduría aparece y nuestro verdadero ser se vuelve a revelar. Todo esto hasta que el silencioso ruido vuelve a aparecer y todo vuelve a renacer. Un movimiento que refleja el movimiento universal. El movimiento de nuestra naturaleza original que ni el silencio alcanza a tocar.
Nota: este Blog se financia a través de donaciones. Le agradecemos toda cooperación. Gassho
Hola Matías, hay diferentes versiones del Shobogenzo en varios idiomas disponibles por Amazon. También en castellano. Todas estas versiones, tienen en común que son traducciones y como tal interpretaciones por lo que es aconsejable acompañar la lectura con la practica de zazen y las instrucciones de un maestro acreditado. Gasssho
Estimados,
Primero quisiera agradecerles por el esfuerzo de traducir y publicar la obra del Maestro Dogen.
Luego de mucha búsqueda, no logro encontrar una copia del libro.
En la editorial me dicen que está agotado, así como en las librerías que recorrí.
Les pido por favor me indiquen dónde podría conseguirlo, o si ustedes tienen alguno que yo pueda comprar.
Muchas gracias!
Un afectuoso saludo,
Matías Luzuriaga